El catedrático Manuel Cruz escribió en El País: "Cuando la crisis ha estallado con toda su virulencia (lo que es como decir: cuando el capitalismo financiero y especulativo ha mostrado su más despiadado rostro) [...] diversas operaciones desde el poder se emprenden con el inequívoco objetivo de desmantelar los servicios públicos y de protección social existentes". Otro catedrático, el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, estuvo análogamente dramático en ABC hablando de "2012: un país contra una crisis" y explicando:
El Gobierno ha tenido que contar con el esfuerzo y el sacrificio de la sociedad.
La asociación entre crisis y capitalismo choca contra una evidencia que don Manuel no puede desconocer: el capitalismo tiene que ver con la propiedad privada y los contratos voluntarios, mientras que la economía actual está sumamente intervenida por el Estado en términos de numerosas restricciones tanto a la propiedad como a los contratos, y está intervenida en un grado especialmente agudo en las finanzas, la banca y el dinero. El profesor Cruz habla de rostros despiadados pero no afronta la realidad de que el llamado capitalismo es en realidad un híbrido de Estado y mercado, y en esa combinación el primero ha tendido sistemáticamente a crecer a expensas del segundo.
Ese mismo Estado es retratado de modo distorsionado cuando se habla de "desmantelar los servicios públicos", consigna ampliamente difundida pero obviamente falsa, y don Manuel no puede no saber que es falsa: ningún político de ningún partido de ningún país quiere desmantelarlos. Al contrario, todos quieren defenderlos, y precisamente esa defensa de su preservación es esgrimida en todas partes como justificación de los mayores impuestos.
Y hablando de impuestos... Montoro. Con consignas como "el país contra la crisis", la política obtiene un cuádruple beneficio. Primero, se identifica con la comunidad, desdibujando las fronteras entre la sociedad civil y la política. Segundo, disuelve la condición esencial de la sociedad abierta, que es la ausencia de objetivos comunes, propios de hordas primitivas. Tercero, el lenguaje tribal socava la libertad individual y prima el papel de los líderes: si la tribu se organiza para cazar el mamut, ningún individuo puede mantenerse al margen y dejar de obedecer a los grandes jefes; de ahí el abuso de metáforas colectivistas: arrimar el hombro, remar todos en la misma dirección, etc. Y cuarto, la retórica escamotea las responsabilidades políticas: "luchar contra la crisis", o "todos con el Gobierno contra la crisis", excluye la posibilidad de que el propio Gobierno tenga algo que ver con la generación de esa crisis, con su profundización y prolongación.
Estos cuatro importantes beneficios amparan la ficción de que "el Gobierno ha tenido que contar con el esfuerzo y el sacrificio de la sociedad". Es decir, se ha visto obligado a violar la libertad de los ciudadanos y a usurpar sus bienes. Incluso la insidiosa construcción de la frase parece sugerir no sólo que el Gobierno se ha visto obligado a hacerlo por nuestro bien, sino que además lo ha hecho con nuestro parabién.