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Francisco Aranda

Los jóvenes, a trabajar antes

Es rigurosamente cierto que estamos ante la generación más formada, pero claramente no se trata de la mejor formada.

Es rigurosamente cierto que estamos ante la generación más formada, pero claramente no se trata de la mejor formada.

"Tengo 29 años. He terminado una licenciatura, un máster y un doctorado, hablo un inglés medio, y como no encuentro un empleo voy a empezar a estudiar otro doctorado. Ya veremos cuál". Este es un caso real de un joven de nuestro país: en la treintena, con mucha formación y no sabe aún lo que significa tener un empleo. Comentario aparte merece nuestra perseverante falta de decisión para afrontar a fondo el conocimiento del inglés, que continúa siendo la lengua de los negocios.

El hecho de que un joven pueda presumir de tener en su casa (en la de sus padres) tres títulos universitarios de carácter oficial sin pisar una empresa o haber tenido iniciativa empresarial alguna es un síntoma aplastante de que hay algo muy importante que estamos haciendo rematadamente mal. Porque una cosa es enfrentarse a los acontecimientos predecibles de los laboratorios, conformados por ideas, definiciones, teorías o fórmulas que nunca fallan, y otra muy distinta es hacer frente a ese aluvión de imprevistos, errores y fuerzas enemigas que nos encontramos en el día a día de una empresa. En ese sentido, tampoco son iguales las habilidades que se necesitan para superar con éxito un día de colegio que las que exige la actividad de una organización productiva.

Es rigurosamente cierto que estamos ante la generación más formada (la mayor colección de títulos universitarios jamás vista en España), pero claramente no se trata de la mejor formada. Estamos ante un gran fracaso como sociedad cuando un joven con tres acreditaciones formativas de nivel superior no tiene la capacidad de integrarse en una organización productiva, ni de transformar todo ese caudal de conocimiento en un producto o servicio con demanda. Si hace algunas décadas se puso tristemente de moda la frase "Que inventen ellos", parece que hemos hecho nuestra esa otra de "Que emprendan otros".

Y repito que nuestro divorcio permanente con la lengua de Shakespeare parece enfermizo. Una encuesta realizada hace poco por una editorial británica volvía a poner encima de la mesa el hecho de que seguimos siendo una sociedad con mucho analfabetismo respecto al inglés, a pesar de que es evidente que su conocimiento fluido provoca la apertura de muchos mercados de trabajo o de potenciales clientes.

Pues bien, parece que vamos a poner la primera piedra de la solución al problema de la lejanía de los jóvenes respecto al mundo empresarial con el último paquete de medidas del Gobierno en materia laboral. El objetivo es facilitar cuanto antes la primera experiencia laboral de los jóvenes, ya sea por cuenta ajena o por cuenta propia, pero sin perder de vista una formación que debe de ir en paralelo. En Alemania, por ejemplo, el primer contacto de los jóvenes con el mundo de la empresa se produce generalmente a los 21 años. En Estados Unidos resulta extraño que un joven universitario no compagine sus estudios con alguna actividad laboral, y desde muy pronto se les inculca que tienen que desarrollar alguna actividad para conseguir recursos.

En España los patrones culturales han estado muy alejados de la iniciativa empresarial, y en algunos casos incluso han resultado hostiles a ella. Obtener recursos a cambio de ofrecer un producto o servicio estaba mal visto entre nosotros. Esto ha provocado también que muchos de los jóvenes que hoy se encuentran buscando un empleo nunca se hayan planteado trabajar por cuenta propia o iniciar una aventura empresarial. Por ello, a quien afronta su futuro de esta manera hay que reconocerle un valor especial y apoyarle con intensidad (no castigarle fiscalmente). Apoyar no equivale a subvencionar; el apoyo se ha de ceñir, básicamente, a tres cuestiones: impuestos bajos, pocos trámites administrativos y acceso al crédito.

Por otro lado, me parece también acertado que el Gobierno trabaje en favorecer la obtención del título de educación obligatoria, porque mientras estábamos henchidos de orgullo inaugurando universidades en cualquier esquina dábamos la espalda al hecho de que tenemos una elevada tasa de fracaso escolar, y una gran parte de esos jóvenes que hoy están en el paro son analfabetos o sólo cuentan con estudios primarios. No se trata de multiplicar las subvenciones públicas que fomentan la dependencia del Estado para vivir, sino de aportar las herramientas necesarias para el desarrollo personal y profesional de cada individuo. Las nuevas tecnologías y la innovación son un elemento de competitividad, pero no olvidemos que antes hay que enseñar a leer y escribir correctamente. 

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