Desde hace años, Quebec es uno de los ejemplos más queridos por el nacionalismo catalán. Los independentistas canadienses han logrado la aspiración de cualquier líder de CiU o ERC: convocar un referéndum por la independencia y estar a punto de ganarlo.
El problema es que esta apuesta por el independentismo podría estar teniendo consecuencias que van más allá del plano político. Según diversos estudios, la economía quebequesa está sufriendo un paulatino deterioro desde que el movimiento soberanista se hizo fuerte y amenazó con la ruptura con el país norteamericano.
Desde un punto de vista político, el independentismo en Quebec comenzó a cobrar fuerza a partir de los años 60 y 70, cuando las primeras organizaciones nacionalistas empezaron a participar en las instituciones y a presentarse a las elecciones de una forma organizada. Esta evolución tuvo su punto culminante en 1976, cuando el Partido Quebequés (PQ) alcanzó el 41% de los votos en las elecciones regionales y consiguió colocar a su líder, René Lévesque, como primer ministro de la provincia.
Desde este momento, el objetivo nunca ocultado del PQ fue conseguir la independencia de la región. El primer paso fue el referéndum de 1980, en el que se preguntaba a los habitantes de la provincia si querían cambiar su estatus al de Estado Libre Asociado a Canadá. El resultado fue negativo, pero aún así los independentistas no cejaron en su empeño y en 1995 consiguieron realizar una nueva consulta, pero esta vez, directamente, preguntando por la independencia. De nuevo, el PQ perdió su apuesta, aunque por un margen muy estrecho: 50,58% para el No y 49,42% para el Sí.
Las consecuencias económicas
Aunque los nacionalistas no han conseguido su objetivo, diversos estudios muestran que, desde que se comenzó a hablar de independencia, la provincia ha sufrido un prolongado declive económico y demográfico. En realidad, algo parecido le ha pasado a Cataluña, que cuando comenzó el proceso autonómico era la región más rica de España, una situación de privilegio que perdió hace años.
Según este interesante análisis del Instituto Económico de Montreal (en Quebec), el PIB la provincia creció un 2,3% de media, comparado con un 3,0% en todo el país. Aunque puede parecer una diferencia pequeña, como se prolongó a lo largo de tres décadas, generó un margen importante: el conjunto de Canadá incrementó su riqueza en un 109% del PIB, frente a un 76,6% en su provincia rebelde.
Los que quieran ver el vaso medio lleno apuntarán que la riqueza per cápita en términos nominales creció más o menos como la media nacional: 51,1% de subida para Quebec y 53,6% para el país. Sin embargo, en términos reales, la diferencia fue del 68%. Ahora mismo, el canadiense medio es más de 6.000 dólares más ricos que su equivalente quebequés. De hecho, en el siguiente gráfico puede verse como las provincias más pobladas y ricas (Alberta, Ontario, British Columbia) miran desde la distancia a sus otrora prósperos vecinos quebequeses.
Pero además, la referencia al PIB per cápita oculta el peor de los problemas de Quebec: la demografía. En 1951, esta provincia acogía al 28,9% de la población canadiense, en estos momentos ese porcentaje ha caído al 23,6%. Y esta tendencia es aún más acusada entre los jóvenes. En el último cuarto de siglo, la población menor de 15 años ha caído un 12% en Quebec, mientras que crecía un 7% en el resto del país. Mientras, los jóvenes adultos (entre 16 y 40 años), en teoría el grupo más productivo, apenas crecía un 17%, mientras que en el resto de Canadá lo hacía un 40%. Esto ha provocado que la provincia francófona tenga en estos momentos la población más envejecida del país, con lo que eso supone tanto desde el punto de vista económico como de sostenimiento (más pensiones y más sanidad, con menos cotizantes).
Quizás lo más triste para los quebequeses independentistas sea ver como muchos de sus jóvenes se marchan a las demás provincias de ese país del que se quieren separar. Entre 1971 y 2009, Quebec ha perdido residentes que han migrado a alguna otra región todos y cada uno de los años, hasta dejar un saldo negativo de 528.135 personas.
En realidad, esto es sólo una consecuencia de una tendencia que se remonta a tres décadas atrás. Entre 1978 y 1981 (con el anuncio del primero de los referendos), 30 de las mayores empresas canadienses huyeron de Quebec y unos 100.000 de sus ciudadanos jóvenes se fueron a vivir a otras provincias.
La capitalidad económica del país, que tradicionalmente ostentaba Montreal, pasó a Toronto (en Ontario). En 1976, ambas ciudades tenían más o menos el mismo número de habitantes en sus áreas metropolitanas (unos 2,8 millones). Desde entonces, la población de Toronto se ha doblado hasta los 5,6 millones de habitantes mientras que la de su rival apenas crecía un 30%, hasta los 3,7 millones. Y ya nadie duda de cuál es el centro financiero y de negocios principal del país.
Todo esto se une a unas perspectivas económicas no especialmente halagüeñas. La población en edad de trabajar (entre 16 y 64 años) comenzará a declinar en 2014, lo que dañará el crecimiento potencial de la provincia, que ya se prevé inferior al del resto de Canadá. A esto hay que unir una deuda pública regional superior al 50% del PIB (Ontario, la segunda región más endeudada, no llega al 40%) y unas obligaciones de gasto, debidas al envejecimiento poblacional, que crecen casi exponencialmente.