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José T. Raga

Escándalos tras los escándalos

De lo que se trata es de exigir, para la gestión bancaria, la virtud de la prudencia, que siempre presidió la actividad financiera en tiempos pasados.

Parece difícil que en el mundo puedan darse más y mayores diferencias de las que ya existen. No me refiero a eso que muchos llaman igualdad, aunque sería mejor llamarle igualitarismo, sino a las diferencias en criterios, en actitudes, en responsabilidades, en definitiva; diferencias en los principios que rigen nuestras vidas y nuestros comportamientos, tanto para con nosotros mismos como para con los demás.

El Gobierno alemán aprobó ayer un proyecto de ley para la reforma del sector financiero, según el cual los banqueros imprudentes que pongan en riesgo la viabilidad de sus entidades podrán ser condenados a penas de hasta cinco años de prisión. Se adivina que el Sr. Schaeuble está convencido de que, cuando la moralidad personal y los códigos de buenas prácticas no funcionan, una sentencia condenatoria de privación de libertad puede ser el instrumento eficaz para conseguir los pretendidos resultados. Y yo, un español insignificante, no puedo estar más de acuerdo; se trata del coste de la conducta irregular.

Fijémonos, además, que a la norma ni siquiera se le ha ocurrido pensar en banqueros fraudulentos, en actitudes delictivas, en abuso de poder o de confianza en la administración de los recursos ajenos; para eso ya está el Strafrecht Gesetzbuch (Código Penal). De lo que se trata es de exigir, para la gestión bancaria, la virtud de la prudencia, que siempre presidió la actividad financiera en tiempos pasados, cuando el objetivo de la especulación no estaba presente en este negocio. Por eso la norma alemana impone que los negocios especulativos se desarrollen en entidades externas a los bancos, a fin de no comprometer la solvencia de los mismos.

¿Y en España qué? De momento, diferencias apreciables que concluyen en escándalos seguidos de nuevos escándalos. Ya nos escandalizamos cuando nos informaron del saneamiento del Banco de Valencia, un enfermo que habría sido mejor festejar su sepelio, y me duele en el alma esta afirmación.

Para que La Caixa, o Caixabank, se hiciera cargo de la entidad valenciana, precisó de una fuerte suma: 9.850 millones de euros. En esa cifra confluían fuentes diversas: el FROB, el rescate europeo y el EPA, esos recursos destinados al "esquema de protección de activos, garantía contra pérdidas futuras". Además de esos casi 10.000 millones, el Banco de España ya le había asignado 2.000 millones para hacer frente a las necesidades de liquidez, lógicas en una entidad agonizante.

¿Qué dirá la ley española en este caso? Eso sólo Dios lo sabe, pero me barrunto, por las noticias aparecidas, que no sólo hubo imprudencia, como sentencian los alemanes, sino algo más. Por ello, lo sorprendente es que ahora los administradores del FROB –que tampoco se juegan un solo euro propio– han pactado unas prejubilaciones que, a decir de la representación sindical, nunca hubieran podido imaginar en sus momentos de más dura reivindicación. Un segundo escándalo que viene a crispar a una sociedad ya escandalizada.

¿Prudencia? ¿Quién dijo prudencia?

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