Como suele suceder en las entrevistas, el pensamiento único revela sus características más notables en las preguntas, no en las respuestas. Leo una entrevista de Iker Seisdedos a José Ignacio Wert en El País. Las respuestas, como digo, son esperables. Digamos: en tiempos de crisis no se puede gastar mucho, y es por tanto conveniente un cierto grado de autosuficiencia: "El papel del Estado debe ser el de un facilitador para que las industrias culturales puedan andar solas". Pero entonces el señor Seisdedos pregunta:
¿Y las que no aprendan a caminar solas? ¿En qué cuneta deja su liberalismo cultural, pongamos, al cine no comercial?
Esto ya tiene mucho más interés. Ante todo, porque para don Iker lo del ministro de Cultura es "liberalismo". Obviamente, no puede serlo. Lo que el ministro ha dicho no equivale a proteger la libertad de los ciudadanos y su derecho a disfrutar de sus propiedades. Eso seguramente se traduciría en el cierre de los organismos públicos y la interrupción de los dineros privados apropiados por las Administraciones Públicas y dedicados a la cultura, de modo que la cultura pudiera ser realmente cultural, con perdón por la redundancia, a saber, la obra de mujeres y hombres libres. Nada de eso ha dicho el señor Wert, ni lo piensa él ni su Gobierno ni ningún político de ningún partido en ningún país. Por lo tanto, lo que don Iker llama "liberalismo" es meramente la contención del crecimiento del gasto público en el capítulo de la cultura. Nada más. Llamar a eso "liberalismo" es un disparate, porque podría llamársele socialismo, conservadurismo, nacionalismo o democracia cristiana, qué sé yo.
Además, está la sugerente idea de que la coacción es una ayuda para los inválidos. Esto se le ocurrió a uno de los grandes pensadores del siglo XIX: John Stuart Mill, que la aplicó a los sectores económicos que debían ser protegidos por el Estado durante su primera etapa, como hacen los padres con sus hijos, para que una vez desarrollados pudieran funcionar por sus propios medios: es el argumento de la industria naciente, una de las más cálidas ficciones del intervencionismo. Por lo tanto, ojo con cargar las tintas cruelmente contra el señor Seisdedos, que, como dijo Newton, ve más lejos porque se ha subido a hombros de gigantes.
¿Cuál es el problema de todo esto? Que el Estado no es un padre de familia que ayuda a sus hijos a que aprendan a caminar solos. Como avisó Tocqueville, el paternalismo del Estado es opuesto al de los padres, porque lo que desea es mantener a sus súbditos en la infancia.
Como esto no se puede decir, porque resultaría políticamente incorrecto, se da un giro y no se alude a niños sino a minusválidos, que no pueden caminar y con toda probabilidad no podrán hacerlo nunca. Si el Estado no interviene, se desploman exangües en lúgubres cunetas liberales. ¿Quién será el desalmado capaz de aplaudir un desenlace tan brutal y vesánico? Repito, el señor Seisdedos habla encaramado desde hombros de gigantes: son legión los pensadores que han repetido exactamente eso mismo.
La trampa, evidentemente, estriba en que una persona capaz de filmar una película que nadie quiere ver no es un inválido, porque perfectamente podría dedicarse a otra cosa. Pero quiere hacer cine no comercial, con lo cual alguien tendrá que pagarle para que lo haga. Esto tiene dos posibilidades. Una es que consiga el respaldo de gentes de buena voluntad que opten libremente por ayudarle a hacer esa película que nadie quiere ver. Esta opción no es la considerada por el periodista. La otra posibilidad es que el poder político obligue a los ciudadanos a financiarle esa película. Reveladoramente, don Iker Seisdedos no considera la posibilidad de que esos ciudadanos deban ser protegidos para que el Estado no los deje en ninguna cuneta intervencionista.