El hasta ahora presidente del Eurogrupo, Jean Claude Juncker, se despide esta noche de su "reinado" al frente del club del euro tras haberlo pilotado durante los ocho años más convulsos de la moneda común.
Según apuestan diversas fuentes, Juncker se marchará presentando en sociedad a su sucesor al trono, Jeroen Dijsselbloem, el recién estrenado ministro holandés cuyo impronunciable nombre llega inevitablemente ligado a la garantía triple A de la que presume su país. Sus colegas admiten saber poco de este casi desconocido, tomó posesión de su cargo el pasado otoño, pero lo identifican con el rigor y la ortodoxia.
Tras años de vértigo, rescates y estrepitosas caídas de Gobiernos, el relevo de la presidencia del Eurogrupo se produce en un momento de relativa calma, pero no exento de controversia.
Mientras que Francia clama por que esta noche se abra el melón de la sucesión con un "debate en profundidad", España, fuera de juego en el reparto de sillas claves en las instituciones, se duele de que no se tenga en cuenta "su peso económico". "Pero ése no es un problema de ahora, venimos defendiéndolo desde hace un año", explican desde el Gobierno para aclarar que su queja no significa que España pretenda vetar la candidatura del favorito Dijsselbloem.
La afrenta más escandalosa que sufrió el Ejecutivo de Rajoy sin hacer demasiado ruido, al menos públicamente, fue la de perder el puesto en el consejo de gobierno del BCE, donde un luxemburgués le levantó la silla al miembro español. En todo caso, por mucho que fuentes comunitarias den al holandés como "resultado cantado", o hasta esperen su primera aparición oficial en la rueda de prensa de esta noche, el holandés tendrá que exponer sus planes y enseñar sus cartas antes de recibir un mandato en el que, en principio, no habrá sustos como los vividos en los últimos años, pero sí deberá enfrentarse al gran reto de rediseñar una zona euro más unida y coordinada.
Al margen de sus méritos y explicaciones, Dijsselbloem cuenta en este examen no sólo con el comodín de proceder del núcleo duro del euro, sino con la baza de pertenecer al partido laborista, razón por la que se le presupone la capacidad de equilibrar las fuerzas políticas en el seno de un eurogrupo dominado por la Alemania de Merkel y mayoritariamente de corte conservador.
El carisma de un incorrecto
Impertinente o carismático, según el gusto, Jean Claude Juncker ha campado por los pasillos del Consejo con una espontaneidad poco habitual. Amigo de llamar a las cosas por su nombre y de apretar las tuercas a países en dificultades, Juncker ha llevado la batuta del Eurogrupo con un arrojo que no gustaba en todas las capitales.
Desde aquella insólita instantánea agarrando por el pescuezo a De Guindos, hasta la encendida defensa que hizo de su amigo Dominique Strauss Khan, pasando por varios desahogos jocosos con la prensa de madrugada -"la UE no me decepciona porque ya no espero nada de ella", llegó a declarar, ojeroso, a la salida de una reunión infructuosa-, son muchas las estampas para el recuerdo que deja la presidencia más convulsa desde la creación del euro.