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Desde el comienzo de la crisis

España se desploma 18 puestos en el Índice de Libertad Económica

El gasto público, el mercado laboral y la protección de los derechos de propiedad, principales lastres para el crecimiento.

El gasto público, el mercado laboral y la protección de los derechos de propiedad, principales lastres para el crecimiento.
Los países más libres

España tiene la 46ª economía más libre del mundo. Así lo aseguran The Wall Street Journal y la Fundación Heritage, las organizaciones que cada año publican el Index of Economic Freedom (Índice de Libertad Económica - ILE), la clasificación más conocida en esta materia. Para quien quiera ver el lado medio lleno, nuestro país tiene a 131 estados por detrás, hasta completar los 177 de la lista. Eso sí, los pesimistas también tienen motivos de sobra para estar preocupados.

Desde que comenzó la crisis, España ha estado perdiendo posiciones en los índices de libertad, tanto en términos absolutos como en relación con el resto de las economías mundiales. De esta manera, mientras que en la edición de 2009 del ILE superaba los 70 puntos, este año cae hasta los 68,0. Esto se traduce en un desplome en la clasificación general. En 2007, año de comienzo de la crisis, se situaba en el puesto 28 y parecía que podía acercarse a los países occidentales más avanzados, siguiendo una tendencia iniciada en 1996. Sin embargo, desde ese momento, la dirección ha cambiado y ahora nuestro país ocupa el 46º puesto del que hablábamos al principio de este artículo.

Para hacerse una idea de la situación, quizás lo más significativo sea pensar que esos 68 puntos sitúan a España en el puesto 22º a nivel europeo. Por delante, nuestro país tiene a las economías más competitivas y avanzadas del Viejo Continente (Suiza, Dinamarca, Irlanda, Reino Unido, Luxemburgo, Finlandia u Holanda, entre otras). Por detrás, quedan los más pobres o aquellos que tienen graves problemas estructurales (Malta, Hungría, Rumanía, Francia, Italia, Grecia o Ucrania, por ejemplo).

Más libertad, más riqueza

Aunque las noticias sobre los índices de libertad económica se pierden entre la vorágine de datos y cifras de la actualidad, lo cierto es que lo que muestran estos informes es mucho más importante de lo que se piensa. Como puede verse en el siguiente gráfico, existe una correlación muy fuerte entre libertad y riqueza. Los países que promueven políticas públicas que facilitan la competencia y la labor de los empresarios tienen muchas más posibilidades de crecer económicamente. Por eso, el desplome de España desde el puesto 28 al 46 es tan relevante: no es una cuestión de aparecer peor clasificado en la foto, sino de que todos esos países que nos han adelantado seguramente también estarán mejorando su productividad y competitividad relativa gracias a sus mejores instituciones, algo que España sólo parece capaz de conseguir vía reducción de costes (es decir, con salarios más bajos).

De los diez epígrafes en los que está dividido el índice, España tiene una buena nota en cinco. El problema es que al menos en cuatro de ellos el margen de actuación está muy limitado desde Bruselas: libertad monetaria, comercial, de inversión y financiera. No es que esté mal que nuestro país aparezca en los primeros lugares en estos apartados, pero tampoco suponen una gran ventaja respecto a sus principales competidores porque las políticas en esta cuestión son comunes (o casi) a nivel europeo.

En los otros seis apartados, sí hay mucho margen para mejorar. En comparación con sus vecinos de la UE, España lo hace especialmente mal en cuatro sub-índices:

  • Derechos de propiedad: el índice habla de obstáculos burocráticos "significativos" y de una aplicación "muy lenta" de la justicia en la protección a los propietarios. Hasta 13 países europeos tienen 90 puntos en esta cuestión. Mientras, España no pasa de 70.
  • Corrupción: no sólo la nota es bastante baja (62 puntos) sino que nos sitúa a años luz de los mejores estados europeos. Dinamarca, Finlandia o Suecia superan ampliamente los noventa puntos.
  • Libertad empresarial: aunque España ocupa el puesto 33 a nivel mundial (algo mejor que su puesto 46 en todo el índice), este apartado vuelve a ser significativo por la diferencia que marca con el resto de Europa. Los 80 puntos de los que disfrutamos palidecen al lado de los 98 de Dinamarca o los 94 de Finlandia y Reino Unido, por poner tres ejemplos. Claro, luego cuando se dice que nuestras empresas no son competitivas, habrá quién se pregunte por qué. En esos puntos de diferencia podría estar buena parte de la respuesta.
  • Mercado laboral: el gran lastre de la economía española. En este epígrafe, nuestro país cae hasta el puesto 117 de la lista. Los autores del informe apuntan que a pesar de las mejores de las últimas reformas laborales, "la regulación permanece fundamentalmente inflexible".

La paradoja nórdica

Por supuesto, en los dos sub-índices sobre el gasto del Gobierno y la libertad fiscal, la posición española se ha deteriorado en los últimos años, hasta quedarse con 53 y 43 puntos (sobre 100) respectivamente. Mientras, el país europeo que mejor clasificado está en el total del ILE, Suiza, tiene unas notas de 68 y 64 puntos en estos dos apartados, muy por encima de España, aunque lejos de economías muy avanzadas como Hong Kong o Singapur. La Confederación Helvética demuestra así que también en Europa es perfectamente compatible un nivel bajo de impuestos con una sociedad próspera, segura y estable.

Sin embargo, en esta cuestión de los impuestos y el gasto público reaparece lo que podríamos denominar como la paradoja nórdica: algunos de los países más ricos del mundo están entre los que más tributos cobran a sus ciudadanos. El caso de Dinamarca es paradigmático: quitando las notas correspondientes a este subíndice, este país sería el primero de la lista del ILE, por encima incluso de Hong Kong o Singapur, algo de lo que podrían sacarse algunas conclusiones:

  • Libertad: aquellos que reivindican el modelo nórdico se agarran siempre a su nivel de impuestos y olvidan todo lo demás. Pero para conseguir una sociedad próspera y rica, estos países han necesitado unos mercados enormemente flexibles, competitivos y libres. Copiar sólo la parte mala de la ecuación (los impuestos) olvidando la buena (la legislación pro-empresa) tiene muchas posibilidades de no dar resultado.
  • Riqueza: también se olvida a menudo que el nivel de impuestos en estos países no es más elevado que en España. Lo que ocurre es que la riqueza allí generada ha provocado que haya muchos ciudadanos que tributan a los tipos más altos, algo que aquí es una excepción. Podría decirse que no son ricos por pagar muchos impuestos; al contrario, pagan muchos impuestos porque son muy ricos.
  • Cómo gastan y cómo recaudan: por último, habría que atender a cómo gastan y cómo recaudan estos países, algo que se olvida a menudo cuando sólo se habla del nivel general de los tributos. De esta manera, en sus sistemas impositivos suelen tener mucho más peso los impuestos indirectos y al consumo, mientras que los tributos y las cotizaciones que penalizan la creación de riqueza y el trabajo son, en comparación, más moderados. Además, estos países tienen esquemas de gasto en los que los ciudadanos están muy presentes. Por ejemplo, en Suecia tanto en educación como en sanidad, los proveedores privados están a la orden del día y son los contribuyentes los que deciden dónde quieren gastar ese dinero que, técnicamente y en las estadísticas, es público.

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