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Juan Ramón Rallo

Un Himalaya de impuestos

Austeridad gubernamental, pues, ninguna: como en Europa, expolio al contribuyente para seguir manteniendo un Estado sobredimensionado.

Lo llamaban abismo fiscal pero, en realidad, era un Himalaya de impuestos. Escuchando a nuestros sesgados medios de comunicación, uno se habrá llevado la impresión de que los estadounidenses estaban a punto de experimentar un doloroso ejercicio de austeridad consistente a partes iguales en recortes del gasto y en subidas de impuestos. Pero no, los recortes del gasto eran puramente decorativos en medio de una maraña de contundentes sablazos contra el contribuyente: según la Oficina de Presupuesto del Congreso, de no haberse evitado el mal llamado "abismo fiscal", los ingresos federales de 2013 habrían aumentado en 478.000 millones (un 19,6%) y los gastos federales se habrían recortado en... 9.000 millones (un -0,25%).

Sí, ese era el abismo fiscal que amenazaba con desarmar al todopoderoso Gobierno estadounidense: una reducción de apenas el 0,25% de su tamaño. Es verdad que si echamos las cuentas a la europea (y a la española), deberíamos proceder a computar el monto de los recortes por la diferencia entre lo que estimamos que habría aumentado el gasto y lo que finalmente se incrementa; de tal guisa que si mañana el cacique de turno promete aumentar el presupuesto en varios millones de zillones de dólares y, al día siguiente, da marcha atrás en su populista promesa, habrá que concluir que nos hallamos ante el mayor ejercicio de austeridad que los siglos hayan contemplado; y eso sin necesidad de recortar realmente dólar alguno del presupuesto. Pero bueno, incluso empleando tales amañadas cuentas de la vieja, los recortes del gasto apenas ascendían a 100.000 millones de euros (básicamente, en el Medicare, en Defensa y en subsidios de desempleo) frente a un morrocotudo estocazo impositivo de más de 300.000 millones (sobre todo por finalización de las rebajas impositivas de Bush, la reducción de la cuota de la Seguridad Social aprobada por Obama en 2010 y nuevos impuestos para financiar la Sanidad). Austeridad gubernamental, pues, ninguna: como en Europa, expolio al contribuyente para seguir manteniendo un Estado sobredimensionado que no deja de crecer a costa del sector privado.

Al final, demócratas y republicanos se han puesto de acuerdo en lo más sencillo: esquilmar a los más ricos... o eso ha sido lo que nos han contado. Porque, por un lado, es verdad que la peor parte se la llevan aquellos estadounidenses que ganan más de 400.000 dólares anuales (o familias que ingresan más de 450.000) y que se encuentran entre el 1% más rico del país: su tipo marginal pasará del 35% al 39,6%. Peccata minuta, pensarán ustedes: ya que son ricos, que apoquinen más durante estos tiempos de crisis. Dejando de lado los distorsionadores efectos que ello conlleva, hay un dato que se nos suele olvidar: ese 1% más rico ya venía proporcionando el 37% de toda la recaudación federal por impuestos sobre la renta, frente al 50% más pobre que apenas aporta el 2,3% del total. 1%-37% vs. 50%-2%: la cosa, como se ve, va de burgueses insolidarios hacia los más desfavorecidos. Por otro, y como ya sucedía con esa cortina de humo que fue el Hollandazo, el rejonazo fiscal a los ricos oculta que las clases medias también van a subir lo suyo: los impuestos sobre el ahorro pasan del 15% al 18,8% (una subida del 22% que para "los ricos" será, agárrense, del 60%) y se pone fin a las rebajas de dos puntos en las contribuciones a la Seguridad Social. Podría haber sido peor: subidas generalizadas sobre la renta y aumentos del 165% en los tipos sobre el ahorro. Quien no se consuela, desde luego, es porque no quiere.

Al final, sin embargo, volvemos a la casilla de salida. Convertido el Himalaya fiscal en unos más modestos Pirineos fiscales, el déficit proyectado para 2013 vuelve a superar el billón de dólares por quinto año consecutivo. En sus cinco años de mandato, Obama habrá amasado un mayor déficit que todos sus antecesores desde el general Washington juntos. No es magra la gesta, sobre todo cuando se la pretende hacer pasar este monumental despilfarro por el principal dinamizador de la economía yanqui. Será que todavía no hemos entendido el origen de las crisis, los contraproducentes efectos de las políticas expansivas de demanda y que, en suma, no hemos tomado las pertinentes lecciones de Japón: en 20 años, los nipones han aumentado su deuda pública un 200% para lograr que el PIB decrezca un 1,6%. La economía privada estadounidense está, sin duda, en mucha mejor forma que la del Sol Naciente, pero no deja de resultar inquietante que los mismos que aseguran que el estímulo del déficit está obrando milagros, abran rápidamente las puertas del infierno recesivo en cuanto ese déficit se reduce un poquitín. Si tan autónoma es ya la economía estadounidense, ¿cómo es que se ha vuelto tan adicta al gasto público? Y si es absolutamente adicta al gasto, ¿cuándo podrá desengancharse para proceder a acabar con el déficit? ¿Son cinco años de déficits billonarios demasiado poco tiempo para lograr la ansiada recuperación? ¿Acaso requerimos de otros cinco más para llegar a una onerosa deuda equivalente al 150% del PIB?

En fin, que en ausencia de un rumbo claro sobre cómo atajar el déficit público sin machacar a impuestos a la economía privada (es decir, procediendo a rebajar el gasto público con intensidad para permitir una sana creación de riqueza) sólo diferimos los problemas esenciales en el tiempo. Nula determinación a la espera de que los empresarios estadounidenses, pese a la asfixia fiscal y regulatoria de su Gobierno (qué no pasará en España y en Europa), sean lo suficientemente creativos y vuelvan a generar la suficiente riqueza como para sufragar los expansivos desembolsos de su Leviatán. Todo muy bonito, siempre que no haya sorpresas desagradables de por medio; por ejemplo, que esos heroicos empresarios no sean capaces de generar riqueza al mismo ritmo que el Estado la engulle y la dilapida. Entonces, ah, el abismo fiscal de mañana dejará al abortado ayer en un leve y anecdótico tropezón. 

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