Gerard Depardieu, insigne actor y empresario condecorado con la Legión de Honor, ha decidido exiliarse a una bonita localidad belga y renunciar a su nacionalidad –y a los derechos que ello comporta– porque el Gobierno socialista francés pretende redistribuir el 75% de su riqueza. Una vez más, se cumple un principio básico del progresismo: todo millonario de izquierdas experimenta un empuje hacia la frontera más cercana directamente proporcional al grado de socialismo que el Gobierno de turno pretende aplicar a sus finanzas.
Depardieu, benefactor del partido comunista francés, entre otros méritos de mucho progreso, se queja de que su Gobierno quiere expropiarle el 75% de lo que gana; pero iba a Cuba a reírle las gracias a Fidel Castro y a mostrarle su apoyo por quedarse con el 100% de lo que producen los cubanos. En Europa, los ungidos progresistas se desgañitan pidiendo impuestos para "los más ricos", pero ellos se cuidan de poner su patrimonio a salvo de la voracidad redistribuidora de los Gobiernos de sus países utilizando todos los instrumentos legales a su alcance. Aquí en España no resultaba infrecuente hasta hace muy poco escuchar la letanía cansina de alguna estrella de la canción exigiendo un canon digital contra la piratería, mientras ella liquidaba unos impuestos de risa en tierras caribeñas.
Los progres con posibles se consideran a sí mismos por encima del resto de la humanidad, y en tal condición actúan, pidiendo para los demás severos castigos a sabiendas de que a ellos no les van a afectar. Los millonarios, también los de izquierdas, tienen todo el derecho a proteger sus bienes de la depredación del Estado, pero, hombre, permitan que los pobres hagamos algo parecido con nuestras tristes haciendas y, sobre todo, dejen de provocar a los políticos para que nos suban los impuestos a los que no tenemos para montar una sicav o abrir una cuenta en Suiza.
Desde la derecha política son muchos los que defienden al actor francés, pero resultan mucho más decentes los defraudadores tradicionales que sacan de España los trinques en bolsas de basura y, conscientes de su vileza, no pretenden dar lecciones de moral a nadie. Ni siquiera en catalán.