La crisis que sufre España es culpa del intervencionismo gubernamental, no del capitalismo; la solución, por tanto, no estriba en más Estado sino en más mercado. En caso de no adoptar la receta adecuada, España se enfrenta, irremediablemente, a la suspensión de pagos y a su posible salida del euro. Estos son los tres mensajes básicos del último libro de Juan Ramón Rallo, Una alternativa liberal para salir de la crisis, donde el lector, sin necesidad de tener conocimientos económicos, encontrará respuestas sencillas, esclarecedoras y no menos sorprendentes a los grandes interrogantes del momento: ¿cuál es el origen de nuestros males?, ¿cómo podemos solucionarlos?, ¿cuándo y cómo terminará todo esto?
Si me permiten, les adelantaré una de las conclusiones de Rallo: vivimos un punto de inflexión histórico que, en gran medida, determinará el devenir de las próximas décadas. El país se halla "al borde de la bancarrota" y sólo hay dos posibles salidas: la vía suiza o la argentina. Todo dependerá de si abrazamos el liberalismo o el socialismo.
Esta obra ágil y de fácil lectura está prologada por Carlos Rodríguez Braun, y se estructura en dos partes y un epílogo. En el primer bloque se explican las causas de las tres burbujas que asolaron España durante la pasada década: la financiera, la productiva (inmobiliaria) y la estatal; en el segundo se desarrollan las medidas que el Gobierno debería adoptar de inmediato para evitar o, al menos, atenuar el temible "colapso"; la parte final, ya digo, recoge las conclusiones a que ha llegado el profesor Rallo.
Las causas
Al contrario de lo que se suele argumentar, la crisis no tiene su origen en la desregularización administrativa, ni en la liberalización de los mercados ni en el denominado capitalismo salvaje. Eso son meras falacias que, por desgracia, sirven para confundir y ocultar la realidad a la opinión pública: que el intervencionismo financiero y monetario son los únicos responsables del insostenible auge crediticio de los felices años de burbuja, que la rígida regulación económica es culpable de la elevada tasa de desempleo y la prolongación de la crisis y que el exceso de gasto público pone en duda la solvencia del país.
La banca es uno de los sectores más regulados y controlados por el Estado. Para empezar, toda entidad financiera disfruta de una serie de privilegios gubernamentales que no están al alcance de las demás empresa. Así, por ejemplo, puede endeudarse de forma masiva a muy corto plazo para invertir dichos fondos en la concesión de préstamos a muy largo plazo –por ejemplo, hipotecas a 30 años–. Y ello gracias, única y exclusivamente, a que pueden contar con un prestamista de última instancia, llamado banco central, que ejerce el monopolio de la emisión de dinero. Este particular esquema, característico del sistema financiero contemporáneo, permite a las entidades expandir artificialmente el crédito, muy por encima del ahorro real de la sociedad, con lo que desvirtúan los tipos de interés –el precio del dinero–, uno de los indicadores más importantes de la economía. Todo ello, repito, por obra y gracia del paraguas que ejercen los bancos centrales, último órgano de planificación cuasicomunista existente hoy día. Si de algo carece el sistema financiero actual es, precisamente, de libre mercado.
La fijación de un tipo de interés excesivamente laxo por parte del Banco Central Europeo (BCE) –y de la Reserva Federal en EEUU– a partir de 2001 facilitó a los bancos españoles una abundante y barata financiación a muy corto plazo, que, dada la creciente demanda de préstamos por parte de familias y empresas, fue empleada en la concesión de créditos a largo plazo de forma muy sustancial y sin necesidad de ningún ahorro previo. Así nació la burbuja financiera: en apenas siete años el crédito privado pasó de 560.000 millones a 1,7 billones de euros. La mayoría de ese dinero se concentró en el sector inmobiliario, hasta el punto de que en 2007 el 60% del balance del sistema financiero –el 70% en el caso de las cajas– estaba vinculado al ladrillo. La solvencia de la banca pasó a depender en exclusiva de la evolución de ese sector, así como del valor de sus activos –vivienda y suelo–, empleados a modo de garantía en los préstamos.
La burbuja financiera se materializó en una burbuja productiva asentada principalmente en el sector inmobiliario y basada en un enorme endeudamiento del sector privado. El dinero fácil permitió acometer un inmenso volumen de malas inversiones, como la construcción de cientos de miles de inmuebles a precios hinchados y de grandes infraestructuras del todo innecesarias. Pero estos excesos no sólo afectaron al ladrillo. La borrachera crediticia permitió ocultar, temporalmente, las graves deficiencias que padecía la economía española, ya que durante esos felices años fue perdiendo competitividad a pasos agigantados, debido al rígido mercado laboral, el deficiente sistema educativo –de titularidad pública–, el costoso e insostenible sistema eléctrico –debido al demencial fomento de las renovables– y un marco regulador poco o nada atractivo para la creación de empresas. El país acabó dotándose de una estructura productiva anquilosada e ineficiente, como muestra el hecho de que en 2007 el déficit por cuenta corriente llegó a representar el 10% del PIB –compramos en el extranjero 100.000 millones de euros más de lo que vendimos–. ¿Capitalismo salvaje? Nuevamente: ¿dónde?
Si la burbuja crediticia generó la productiva, ésta alimentó la estatal, que aún sigue ahí. La expansión crediticia y la elevada actividad económica llenaron las arcas públicas con unos ingresos fiscales que, pese a ser efímeros, se emplearon para aumentar el gasto estructural de las Administraciones. No por casualidad España fue el tercer país europeo donde más creció el gasto público por habitante entre 2001 y 2007, sólo por detrás de Irlanda y Grecia. Entre otros muchos ejemplos, Rallo muestra que el número de médicos y enfermeras experimentó el mayor incremento de los países desarrollados (OCDE); España fue también el país del euro que más incrementó el gasto público por estudiante, y el que destina un mayor porcentaje de su renta a la educación pública de toda la UE; el coste de las pensiones se ha disparado un 80% en la última década; el número de empleados públicos creció en casi 600.000 en el mismo período, etc.
Una alternativa liberal para salir de la crisis recoge de forma didáctica la evolución de las grandes partidas presupuestarias en la última década para demostrar, sin ningún género de dudas, que, a diferencia de lo que se suele decir, España cuenta hoy con un sector público totalmente sobredimensionado y, por tanto, insostenible. El Estado creció, y mucho, al calor de la burbuja inmobiliaria. De ahí que el déficit público se disparara hasta niveles de dos dígitos tras el estallido de la crisis, ya que los abundantes ingresos del pasado se esfumaron mientras el Estado mantenía e incluso incrementaba su nivel de gastos en plena recesión. Antes el PSOE y ahora el PP han tratado de cubrir el agujero subiendo los impuestos para recaudar más, pero Rallo demuestra claramente que el problema es el exceso de gasto.
Las soluciones
Si el problema ha sido el Estado y no el mercado, la solución a la crisis no puede pasar por más intervencionismo, más impuestos y más gasto público, tal y como propugnan los socialistas de todos los partidos. Los remedios que aporta Rallo son, sin duda, la parte más valiosa, original y atractiva de la obra. Desapalancar y reestructurar son los dos conceptos clave para el saneamiento de la economía nacional; y ha de ser el mercado el proveedor de las herramientas necesarias para acometerlo.
Frente al rescate público de la banca, Rallo propone una alternativa liberal que evite el temido colapso financiero. Partiendo de que el sistema tiene unas necesidades de capital de entre 150.000 y 200.000 millones de euros, el autor apuesta por el bail-in, es decir, por que los accionistas y acreedores de las entidades en problemas asuman todas las pérdidas de las mismas mediante la conversión de su deuda en acciones (fondos propios). De este modo los antiguos accionistas perderían su capital y los acreedores pasarían a ser los nuevos propietarios. ¿Ventajas? Todas: las pérdidas se imputan a quienes han contribuido a gestarlas, las entidades se mantienen en manos privadas, el contribuyente no pone un euro y los acreedores tienen la posibilidad de recuperar todo o gran parte de su dinero a medio o largo plazo. Además, sería un proceso "razonablemente sencillo de acometer", tal y como se muestra aquí.
En cuanto al necesario pinchazo de la burbuja estatal, Rallo tiene una muy interesante propuesta de austeridad para eliminar por completo el déficit público sin necesidad de subir un solo impuesto; una propuesta, por tanto, radicalmente contraria a la brutal estrategia de expolio fiscal seguida por PSOE y PP. En estas páginas, Rallo detalla cómo recortar 135.000 millones de euros al año de un presupuesto total de 470.000 millones, lo que serviría para reducir el peso del Estado hasta el 32% del PIB, cifra análoga a la suiza. La consecución de tal objetivo, junto el rescate privado de la banca, esfumaría por completo la profunda desconfianza internacional sobre la solvencia de España, lo que frenaría en seco la intensa fuga de capitales que dificulta tanto la recuperación económica como la creación de empleo. Además, dicha austeridad permitiría destinar el futuro superávit fiscal a amortizar deuda –hasta su total liquidación– y a rebajar impuestos para atraer un mayor volumen de inversión y empresas.
Este libro incluye en su parte final toda una serie de reformas estructurales tendentes a liberalizar y flexibilizar la economía para así sanear la anquilosada estructura productiva del país, desde la eliminación de trabas administrativas hasta la configuración de un mercado laboral totalmente libre y de unos mercados energéticos e inmobiliarios eficientes. En definitiva: la alternativa para salir de la crisis pasa por la austeridad del sector público, la liberalización económica y la no socialización de las pérdidas.
Una alternativa liberal para salir de la crisis es una obra excepcional no solo para entender el porqué de la crisis sino, sobre todo, para saber cómo salir de ella. Un libro original, revelador y brillante.
JUAN RAMÓN RALLO: UNA ALTERNATIVA LIBERAL PARA SALIR DE LA CRISIS. Deusto (Barcelona), 2012, 280 páginas.