Este viernes hemos sabido que el Ministerio de Hacienda ha ordenado acelerar las operaciones de embargo contra los contribuyentes que tienen deudas con el fisco, especialmente en aquellos casos que puedan tener una mayor relevancia mediática por sus virtudes ejemplarizantes (que diría Moratinos tras varios intentos).
Este esfuerzo pedagógico de las autoridades tributarias carecería de sentido sin el apoyo de los medios de comunicación, siempre tan solícitos cuando se ventilan asuntos de interés para la plebe. Es el caso de la cadena estatal de televisión, cuya versatilidad informativa hace que en el mismo telediario aparezca una pieza lacrimógena sobre los desahucios y, a continuación, dos subinspectores de Hacienda disfrazados de Hombres de Harrelson precintando la máquina de refrescos de un restaurante por no pagar el IVA. En ambos casos se trata de resarcir una deuda, pero mientras el primero es considerado un abuso intolerable, el segundo es un acto de justicia que hay que resaltar, pues, siendo el infractor un empresario, es evidente que algo habrá hecho para que el Gobierno lo trate así.
Esto de que los procedimientos tributarios se sustancien ante millones de espectadores en lugar de en los tribunales económico-administrativos es una novedad que hay que agradecer a Cristóbal Montoro, en última instancia responsable de la Hacienda estatal. Montoro busca a su Lola Flores, pero como La Faraona es irrepetible, las pesquisas insistentes de la Agencia Tributaria pueden llevarse por delante millares de trofeos menores. Si usted crea riqueza y paga impuestos, sepa que está en el punto de mira del Gobierno, porque en la España de Cristóbal y Mariano sólo se salva del celo estatal el perroflautaje.
Con la autoridad que me otorga el haber sido sometido a una inspección fiscal (cuando Aznar era presidente; ZP y yo siempre hemos mantenido una relación de mutuo respeto), me atrevo a proponer al ministro de Hacienda la reintroducción del castigo corporal en la escala de sanciones por incumplimientos tributarios. Nada de precintar sillas, mesas para ocho o botellas de vino en las bodegas de los restaurantes. En su lugar, unos buenos latigazos –o azotes en las nalgas, en el caso de infracciones de menor cuantía– en la plaza pública de más solera de cada demarcación, en acontecimientos semanales retransmitidos en horario de máxima audiencia por las cadenas públicas que operen en el lugar. Puestos a ser sometidos al escarnio público, mejor hacerlo de manera que las deudas queden saldadas en el mismo acto, aunque sea a costa de no poder sentarte cómodamente en una temporada.
Puede que a muchos les parezca inaceptable esta forma de castigo, pero eso es porque no se han visto sometidos a una inspección fiscal. Todavía.