Por lo que se ve, la capacidad de un político, más aún de un gobernante, para aislarse de la realidad no tiene límites. El Gobierno, supongo que encabezado por el ministro De Guindos, se ha visto sorprendido porque, al parecer, no hay voluntarios para entrar a formar parte de ese Banco Malo –en el argot– o Sareb, en sus siglas ciertas.
Y se ha visto sorprendido porque pensaría que habría tumultos, que entidades y ahorradores se darían codazos para ser los primeros, a fin de no perderse esta oportunidad única. Acerca del cómo habían llegado los gobernantes a esa sorpresa, sólo se me ocurre que la vanidad y la arrogancia fueron las responsables de ello.
Yo no sé qué puedan pretender las grandes entidades –las financieras, sin ir más lejos– para tomar una decisión positiva sobre su participación en el Sareb, aunque si lo hacen pensaré que hay pecados que tienen que hacerse perdonar inclinando la cerviz, suscribiendo y avalando el invento gubernamental para el saneamiento del sector financiero. Lo que sí que sé es que a mí, humilde ciudadano, infinitésimo del sector privado de la economía, ni por asomo se me ocurriría tomar semejante participación.
Las razones para ello son varias: por un lado, nunca entraría en sociedad con el sector público, pues sus objetivos para mi ahorro son claramente diferentes de los míos, y encima va a tener la mayoría en una junta general. Por otro, porque, si es un buen negocio para el Sareb –porque toda la inversión se recuperará con beneficio para los partícipes–, será un negocio ruinoso para las entidades financieras cuyos activos inmobiliarios y créditos dudosos han pasado a constituir los activos del Sareb.
En otras palabras, prescindiendo del factor plazo para la liquidación de los activos transferidos a la nueva entidad, el problema se sitúa en el valor de transferencia de ellos. No sé, ni me importa, cuál va a ser ese valor, pues ya he dicho que en ningún caso entraría en sociedad con el sector público, pero lo que sí parece evidente es que si el Sareb pretende obtener beneficios para retribuir a sus partícipes, el requisito inicial es que la transferencia de los activos se haga a un precio extraordinariamente bajo; por debajo incluso de lo que hoy podría ser el hipotético precio de mercado, descontando a valor actual lo que será la percepción de la venta futura. El problema es que tal regla conservadora para el Sareb convertirá en quebradas a buena parte de las entidades que aportaron los bienes, y para eso las hubiéramos podido dejar que quebrasen desde el principio.
Si, por el contrario, lo que se pretende es sanear el sector financiero, lo aconsejable sería transmitir los inmuebles a un precio supuestamente mejorado, pensando en una liquidación futura, lo cual sería una ruina para el Sareb. ¿Será por esto por lo que no hay interesados en el negocio?
Y es que ese banco, más que malo, se adivina pésimo.