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Francisco Aranda

Mejor, no más

Nuestro sistema de formación es un estrepitoso fracaso.

Nuestro sistema de formación es un estrepitoso fracaso.

Algo no funciona en nuestro sistema de formación. No hacemos más que escuchar que contamos con la generación de españoles más formada, pero exhibimos la tasa de desempleo juvenil más alta del mundo civilizado. Más de la mitad de nuestros jóvenes está fuera del mercado de trabajo. Esta realidad debería hacernos reflexionar a todos porque refleja que hay algo que no estamos haciendo bien. Tenemos más universitarios que países que están en vanguardia, como Alemania, pero no logramos integrarlos en el tejido productivo. Realmente, algo está fallando, porque nuestra formación no está siendo una plataforma suficientemente potente en su objetivo de aportar conocimientos que permitan una integración rápida en el mundo laboral y la realización personal.

A mí juicio, no estamos ante la generación mejor formada, sino ante la más formada (en términos brutos). Los diferentes gobiernos de las últimas décadas han querido llevar a la práctica el mensaje de "Todos a la universidad", sin hacer previamente un análisis estratégico de qué necesitamos de las aulas. En otras épocas, es verdad que era muy complicado obtener un título universitario, así que el objetivo político ha sido rellenar, a lo bruto, las aulas de las facultades y multiplicar éstas sin ningún criterio en toda nuestra geografía. El objetivo de cualquier alcalde ha sido construir una universidad en su localidad; la idea era que nadie tuviera que moverse del terruño para estudiar Derecho, Economía o Filosofía.

Fruto de ello, nos encontramos ahora con un macroengranaje universitario difícil de sostener y de calidad discutida, en el que los jóvenes son aparcados durante varios años; jóvenes con un futuro poco halagüeño. Todo el mundo ha podido estudiar lo que ha querido en cualquier sitio. Eso sí, ahora no hay trabajo para nadie. La formación es una herramienta de política activa de empleo, es decir, de integración en el mundo laboral, que no hemos cuidado lo suficiente. Nos encontramos con miles de licenciados en Filosofía, Periodismo, Ciencias Políticas, etc., que no sabemos dónde colocar. Sin duda que todos los grados universitarios aportan conocimientos muy interesantes para los individuos, pero sabemos que muchos de ellos tienen escasa e incluso nula empleabilidad.

Por otro lado, contamos con uno de los porcentajes más bajos de creación de empresas de toda la UE, pero no podemos sorprendernos, porque si miramos atrás comprobaremos que no hemos infundido el espíritu del emprendimiento entre nuestros jóvenes y nos hemos dedicado a criticar a los empresarios, incluso en los propios libros de texto.

El tercer problema es que no se ha cuidado la formación profesional. El prestigio se confirió exclusivamente a la universidad. Como consecuencia de todo ello, tenemos unas tasas exorbitantes de desempleo, jóvenes frustrados y muchos universitarios ocupando puestos de trabajo para los cuales están sobrecualificados.

A mi juicio, formación y empleo son dos variables que no se pueden separar. Por eso creo que el Ministerio de Empleo debe adoptar un mayor protagonismo en las políticas educativas. Tenemos que formar para emplear, y la mejor manera es hacerlo en función de las necesidades actuales y futuras del tejido productivo. Hay que contar con los empresarios en el diseño de los planes de formación, para que esos conocimientos sean eficaces de verdad, y tenemos que enseñar a los estudiantes a poner en valor en el mercado los conocimientos que reciben.

Se trata de formar mejor, en vez de formar más. Es la calidad y no la cantidad. Seguro que una licenciatura, por ejemplo, en Latín aporta un enorme caudal de conocimientos desde el punto de vista humanístico, pero habría que preguntarse si eso es lo que necesitamos en este momento para crear riqueza y empleo. El mantra de la formación, sin más, no sirve para construir sociedades avanzadas. La formación debe estar ligada al objetivo de crear valor.

En otro sentido, lo que necesitamos son más empresarios. Es cierto que, en general, desde el punto de vista administrativo, nuestro país se convierte en una gincana para todo aquel quiere poner en marcha un negocio, pero estoy convencido de que si existiera una masa crítica de candidatos a convertirse en empresarios, los políticos –dentro de su legítimo objetivo de obtener votos– pondrían las cosas más fáciles a quienes pretendieran intentarlo y derribarían obstáculos. 

En Libre Mercado

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