Leo en un artículo de Borja Hermoso y Daniel Verdú en El País sobre el recorte presupuestario:
En el caso de la Cultura revestirá tintes casi dramáticos (...) panorama realmente desolador (...) las bibliotecas sufren descaradas agresiones presupuestarias (...) la coyuntura actual supera todos los males hasta ahora vistos en este ministerio.
Esto fue escrito en páginas de información. Los autores no juzgaron conveniente cumplir la vieja norma de Bastiat: hay que contar todo, y procurar no dejar fuera del relato ninguna información relevante para comprender el hecho sobre el cual se informa. Sus palabras, en efecto, ignoran un hecho muy relevante: el gasto público no es gratis. Por lo tanto, no puede ser analizado como si lo fuera, es decir, no puede ser tratado como algo cuya disminución es mala siempre y en todas las circunstancias, porque el gasto no es unidimensional. Y al revés, nunca se puede decir que el aumento del gasto público es bueno siempre y en todas las circunstancias, porque eso equivaldría a ignorar a unos sujetos relevantes: las personas que lo pagan.
Esas personas, sin embargo, no suelen llamar la atención; es como si el poder nunca les perpetrara "descaradas agresiones presupuestarias". En cambio, siempre se atiende a las personas que cobran del gasto público. Así sucede en este artículo, en el cual se interroga a unos señores que despotrican contra la "deserción institucional de la cultura". Los autores se hacen pleno eco de este sector, el que cobra: "La sensación de que el Gobierno de Mariano Rajoy (...) considera la Cultura como un lujo más que como una necesidad", algo que afirman "quienes precisamente la piensan, la hacen y viven de ella". Estas personas están alarmadísimas:
Cada vez se nos exige más autofinanciación (...) el Gobierno quiere caminar hacia un modelo de cultura absolutamente privatizada.
Ni una palabra de matiz introducen los autores del artículo ante esta clamorosa falsedad, porque es completamente obvio que la privatización absoluta está lejísimos de las intenciones, las palabras y los actos de los políticos de todos los países, partidos y tendencias. Pero hay más: ni siquiera comentan que igual los que viven de la cultura, entendida como gasto público, tienen algún interés creado en que ese gasto aumente, y en quejarse si disminuye, alegando que la cultura no es un lujo sino una necesidad. Y nunca se acuerdan de las personas que son forzadas a pagar la cultura: es como si esas personas no existieran, o como si su libertad de decidir qué hacen con su dinero fuera despreciable, porque hay otros que saben lo que les conviene mejor que ellas mismas. Pero todo eso, claro, no son "agresiones".