Continuamente a los economistas se les pregunta cuándo la economía española habrá dejado atrás la actual situación de crisis. Resulta imposible la respuesta por seis motivos. En primer lugar, a causa de la crisis del euro. El conjunto de la economía de los 17 países que constituyen la Unión Económica y Monetaria se halla en una situación de tensión tan considerable que no se vislumbra cómo todos y cada uno de ellos volverán a la situación de acomodo en un área monetaria óptima. En estos momentos resulta imposible saber si va a perdurar o no el área del euro tal como se había iniciado tras 1999.
Pero a esto se añade la complicada situación internacional, ajena a la Eurozona. Porque Gran Bretaña tiene problemas muy serios. Los problemas de los hidrocarburos, en el conjunto del mundo, complican adicionalmente las cosas. Los precios en el mercado de Chicago de productos alimenticios han alcanzado cotizaciones muy altas por dos veces en los últimos años y, como nos ha mostrado Jaime Lamo de Espinosa, han originado violentas conmociones políticas, en ambas ocasiones, sobre todo en una amplia serie de países islámicos.
Añádase que los Estados Unidos mantienen unas muy fuertes tensiones, derivadas de sus déficits por cuenta corriente y del sector público, aparte de las consecuencias que se han derivado de la formidable crisis financiera que se adueñó del país desde 2007-2008.
Todo esto, en conjunto, genera consecuencias desagradables para lo que podríamos denominar bloque asiático del Pacífico. Japón no logra reaccionar tras su crisis de hace ya veintiún años, China presenta síntomas poco agradables, en Corea del Sur los problemas económicos son evidentes; y desde ahí hasta el propio Singapur, este otro elemento clave de la economía mundial parece que va a flojear.
Si tal flojeo se materializa, el impacto sobre los países iberoamericanos y, en algún sentido, sobre ciertos africanos será más que desagradable. Y eso aparte de las tensiones inflacionistas muy fuertes que tienen algunos –empezando por Venezuela y Argentina– y la dependencia respecto al ámbito norteamericano de México y otros países del mundo centroamericano.
España, por su parte, tiene que resolver una serie de problemas derivados de la falta de competitividad, de la crisis de parte notable del sistema crediticio, del mantenimiento de las consecuencias de la burbuja inmobiliaria, del endeudamiento privado en el exterior, sumado al que genera un gasto público con consecuencias notables en los tipos de interés y en la dificultad de obtención de crédito del exterior y en el interior para las actividades empresariales.
Que en algunos de estos apartados, incluyendo el español, se observan algunos alivios es cosa conocida. Pero también coexisten con crisis muy serias dentro de un ámbito globalizado, que no dejan de golpear. Nos encontramos, pues, en una situación bien poco agradable, cuya superación resulta imposible predecir cuándo se producirá. Otra cosa es que puedan surgir pequeños alivios, concretamente en España, si efectivamente se acentúa la política económica desde enero de 2012. Mas el estar tranquilos, porque llegue la prosperidad en tal o cual momento, resulta imposible manifestarlo.