Quién no aspira a ser "original" en aquello en lo que se especializa. Se quiere dejar una impronta que no se borre en muchos años; se quiere despertar la admiración de los demás; se busca un reconocimiento que refuerce los objetivos del día a día. Y qué mejor que ser los primeros, únicos, originales. Nunca nadie estuvo allí antes.
Cabe discutir, en primer lugar, si la "originalidad" en el mundo de los negocios y las ideas es tal. ¿Microsoft, Apple, Wal-Mart o Panasonic fueron originales? ¿Fueron los pioneros? ¿Qué es ser original: recomponer de una determinada manera ideas que copiamos de los demás? ¿Qué prima más en ese proceso: lo copiado o la idea feliz con que se visualiza la integración de elementos ya existentes?
El ser humano es esencialmente una máquina de observar, integrar y emular. Y no tiene nada de malo. Al contrario. Así aprendemos a hablar, caminar, entender qué es el núcleo familiar, aprender los buenos (o malos) modales, las formas posibles de ganarnos la vida en el mundo que nos rodea, etc. Afortunadamente, la variedad de escenarios que se nos presentan en entornos sociales cambiantes, complejos, extensos (de creciente población), urbanos... posibilita que los inputs que podamos recibir se multipliquen y, por ende, las combinaciones y resultados posibles. Esto da una riqueza formidable a la sociedad en términos de formación de grupos sociales cada vez más diversos, y, en el marco de la economía y la empresa, de una amalgama de bienes y servicios enorme gracias a que son descubiertos por personas cuyas experiencias vitales y entornos sociales les permite detectar necesidades específicas de grupos humanos.
Al mismo tiempo, esos mercados extensos tienen el potencial de dar cobijo a las propuestas de valor creadas por estas personas que tan dispares antecedentes tienen. Huelga decir que sin un marco económico cada vez más internacionalizado o extenso, donde los intercambios se producen de manera más libre que en épocas pasadas (el futuro, por cierto, nos dirá si esta tendencia vuelve a interrumpirse con la proliferación de políticas proteccionistas), tampoco habría hueco para la extrema especialización y división del trabajo aquí aplaudidas. Qué sentido tiene que yo investigue sobre una enfermedad rara si no tengo un mercado suficientemente grande para poder rentabilizar la misma. Ese proyecto nunca saldrá adelante en un marco en el que haya poco ahorro en la economía o en el que nos cierren las puertas de los mercados.
Poco importa que mucho de lo que creamos que hacemos originalmente sea proporcionalmente más o menos novedoso. El movimiento se demuestra andando: el éxito de alguien en sus metas personales o de una empresa vendrá de donde lo haga. El éxito es señal de que se están haciendo bien las cosas, de que no hay pérdidas, de que se satisfacen deseos personales y ajenos. Si hubo alguien primero y no tuvo el éxito que sí se granjeó otra persona después, poco puede achacarse al segundo: no estarían preparadas las condiciones para que el primero tuviera éxito o le faltó combinar sus ideas con algunos otros elementos que a la postre han sido imprescindibles para el éxito final de su seguidor.
Quizás lo relevante de este proceso de rivalidad sea que, gracias a nuestro pequeño (o grande) ego, retos personales y ganas de mejorar, contribuimos no sólo a satisfacer esas metas personales, sino al avance económico y social.
"A shameless cloner"
Lo que estoy escribiendo aquí no es nada nuevo tampoco, pero nos lleva al propósito de este artículo. "I am a shameless cloner" ("No me avergüenzo de ser un copiador"), es la frase con la que Monish Pabrai, el famoso inversor indio afincado en EEUU, definía su estrategia inversora en su reciente conferencia online a los alumnos del máster en value investing de la UCDavis. Se trata de una afirmación que aparentemente le estaría poniendo en la picota. Pero nada más lejos de la verdad. Al menos, él tiene una manera de argumentar por qué no se debe tener el menor reparo en copiar.
La clave para él es observar qué factores están contribuyendo al éxito de tal o cual compañía, cuáles son sus ventajas competitivas, cuáles son sus mejores prácticas y modelos de negocio con el objetivo de copiar o clonar lo válido para nuestro interés. Curiosamente, y a diferencia de lo que podríamos pensar, nos dice que hay un empeño un tanto secular en olvidarse de este buen consejo. La gente no se detiene a analizar qué hace bien su competidor para incorporarlo a su proceso de producción.
Lo ha vivido en sus propias carnes. Cuando él ofrece conferencias y charlas como la que aquí estamos haciéndonos eco, la gente le escucha con atención, pero no modifica su comportamiento un ápice.
Él sí lo hizo allá por 1999. Observó quién era el mejor. Y el mejor era Warren Buffett. Se estudió las reglas distintivas de Buffett que Roger Lowenstein había subrayado y puso en marcha su fondo. De repente, se vio atrayendo grandes sumas de capital e inversores y creando un amplio foso en tan sólo dos o tres años. Pero hoy, 13 años después, sigue encontrando que pocos son los que, como él, siguen los pasos de los grandes inversores. Así pues, propone varias formas de emular (clonar) con éxito en el mundo de la inversión. Las clasifica de acuerdo con nuestro coeficiente intelectual (o ganas de complicarnos la vida en estos menesteres).
Con un coeficiente (CI) de 70, podemos limitarnos a indexarnos a través de un ETF. No resulta una gestión muy activa, evidentemente, pero con ello, según sus estimaciones, habremos batido al 90% de los profesionales... Y es que la mayoría de los fondos más o menos abiertamente replican el índice de referencia en un porcentaje alto, gestionan activamente el montante restante, y cobran comisiones del 2% o más del total. A resultas de todo ello, la media del mercado suele batir a la mayoría de estos profesionales.
Si tenemos un 85 de CI, Pabrai sugiere que podemos limitarnos a comprar acciones de Berkshire Hathaway (el fondo de Warren Buffett). Con ello, batiremos al 95-97% de los profesionales, ya que Buffett ha batido los índices por más de un 10 puntos porcentuales de media durante décadas. Hay una anécdota muy divertida al respecto. Hubo un inversor que usó esta estrategia de la manera más burda posible, atrayendo 200 millones de dólares para invertir en poco tiempo. Las acciones clase A de Berkshire cotizan a precios astronómicos, pues nunca han sufrido un split (a día de hoy, rondan los 130.000 dólares).
La razón es que Buffett ha querido asegurarse de que tenía clientes dispuestos a invertir a largo plazo. Pero estas acciones, con el tiempo, se hicieron prohibitivas para muchos inversores pequeños. Así pues, el inversor del que hablamos tuvo la feliz idea de constituir un fondo cuya única tarea era la de comprar acciones de Berkshire. Dinero que entraba, dinero que invertía. Para esto, mucho CI no se necesita. Pero da igual. Sus rentabilidades fueron notables e hizo de puente de unión entre quienes no podían colocar sus ahorros de manera directa en el fondo de Buffett. Buffett, al enterarse, cogió tal enfado que finalmente creó las acciones clase B de Berkshire, con menos poder de voto, pero que habilitan la entrada a inversores con menos capital.
Con un CI de 100, podemos dedicarnos simplemente a comprar y vender lo que hagan Buffett y otros inversores en valor exitosos, información que sale publicada trimestralmente. Según nos comenta Pabrai, unos profesores universitarios estudiaron qué habría sucedido de haber seguido esta pauta de copiar las operaciones de Buffett. Incluso comprando esas acciones con ese desfase de hasta tres meses y haciéndolo al peor precio del día, y vendiendo, del mismo modo, cuando Buffett empezar a deshacer posiciones, habría mejorado al S&P por 11,5 puntos. Como él comentaba: "No brains required" ("No es necesario el cerebro").
Y nadie ha hecho esto por sistema. Algo tan sencillo y que tan poco esfuerzo requiere como clonar a los grandes no se hace de manera generalizada. Aunque sí es algo que Pabrai hace y reconoce hacer. Esta podría ser la cuarta forma de "clonar con éxito". Seguir a los grandes, pero gestionando activamente. Posicionarse en lo que lo hagan los inversores con cerebro (Klarman, Whitman...).
Parece lógico que si otro inversor de éxito ya ha hecho sus análisis para desechar unas compañías y seleccionar las más prometedoras, podamos aprovecharnos de ese trabajo. Dentro de nuestra gestión más activa, tendremos que estudiar cuál es precio objetivo y, al menos, ser conscientes de cuáles son los elementos que la hacen destacar sobre el resto, de tal forma que estemos muy atentos de sus evoluciones por si las circunstancias dieran la vuelta.
Observamos que las recomendaciones de Pabrai son perfectamente aptas para un inversor particular. La gran ventaja de las gestoras frente a los particulares es su conocimiento profundo de las empresas en que invierten. La desventaja son las numerosas regulaciones a que están sometidos al operar o la falta de agilidad que les proporcionan los volúmenes enormes que manejan. Un inversor particular que haga gestión activa podrá soslayar más fácilmente estos contratiempos. Y si no, siempre quedan las otras alternativas: copiar descaradamente.