Igual usted cree que hemos sufrido una burbuja. Pues no, han sido tres. Y de eso va este libro notable. El profesor e investigador Juan Ramón Rallo ha tenido el acierto de detectar y analizar esas tres burbujas, distintas pero interrelacionadas: la financiera, la inmobiliaria y la de la Hacienda Pública.
Desde el principio despeja el autor la ficción políticamente correcta según la cual estamos muy mal por culpa del liberalismo, del mercado, del capitalismo y de la ausencia de intervención. Este fabuloso camelo es esgrimido por los socialistas de todos los partidos, tanto en la política como en la academia, la cultura y los medios de comunicación. Sin embargo, los datos de la realidad apuntan justo en la dirección contraria. Las tres burbujas fueron infladas por la acción del poder político y legislativo. No hubo liberalismo, ni "neoliberalismo", ni "ultraliberalismo", ni "fundamentalismo del mercado", ni ningún otro bulo progresista. Hubo intervencionismo, amplio, profundo y persistente. Y ese intervencionismo explica las burbujas y también sus avatares ulteriores, como por ejemplo la lentitud en la caída de los precios de los inmuebles.
Grande, perdurable y patéticamente incorrecta fue también la intervención de las autoridades durante décadas en el mercado más importante, el de trabajo, intervención cuyo resultado ha sido el paro, producto del aumento forzado de los costes laborales y la regulación de la negociación salarial, entre otros muchos aspectos, que llevó a la desvinculación entre salarios y productividad y a unos costes laborales, salariales y no salariales, que resultaron en ocasiones tan artificialmente inflados por el poder como los beneficios empresariales. Las reformas del mercado de trabajo no sólo han sido ineficaces sino además injustas, como hemos visto en esta crisis, porque el ajuste de plantillas no se ha orientado conforme a criterios de rendimiento y productividad sino que se ha descargado mayoritariamente sobre los trabajadores temporales.
Otro relevante mercado, o más bien, supuesto mercado, en el que los gobiernos se han lucido con su constante y absurdo intervencionismo ha sido el eléctrico, donde han logrado un aumento considerable de los costes, la subida del precio de la luz, el oneroso delirio de las energías renovables y el explosivo déficit de tarifa: todo ello debido a la acción política y legislativa.
Y así, mercado tras mercado, desde la banca hasta el suelo, se observa que el discurso predominante sobre el liberalismo arrasador es un puro invento. Si el liberalismo quiere decir algo, quiere decir contención del poder político. Lo que sucedió fue lo contrario: la política se expandió como nunca, con un crecimiento espectacular del gasto público en nuestro país, mientras las autoridades alegaban que no pasaba nada, porque había superávit fiscal, como si los ingresos generados por la burbuja inmobiliaria hubiesen sido algo obviamente permanente.
La ineficiencia de ese gasto es patente, como deducimos al constatar que España fue el país de la eurozona donde más aumentó el gasto por estudiante entre 2001 y 2007. Se aduce que los malos efectos de esa política se deben a que ese gasto es aún insuficiente. Falso. El doctor Rallo explica que el gasto por alumno relacionado con la renta per cápita es el más elevado de toda la Unión Europea.
En medio de cánticos sobre la supuesta inferioridad del mercado frente al sector público, se saluda con alborozo la mejoría en los servicios de salud, sin añadir que el crecimiento del gasto en ese capítulo es explosivo e insostenible. Otro tanto vale para las pensiones, aunque en este caso el intervencionismo público ha llevado a unas pensiones modestas, y también distorsionadas en contra de las personas que más trabajan y cotizan, no solo porque el sistema desde hace décadas en España y en casi todo el mundo arrebata a los trabajadores la capacidad de ahorrar libremente, sino porque la subida de las pensiones mínimas, demagógicamente zarandeada por los políticos, ha corrido pareja con la reducción de las máximas, con lo que el sistema ha ido recortando su componente de capitalización y aumentando el asistencial.
No sabemos cuándo se va a recuperar la economía, pero sí sabemos que cuando lo haga, que lo hará, no será gracias al Gobierno sino a su pesar. La falta de contención del gasto y de liberalizaciones de los mercados, desde las trabas legislativas a las empresas hasta los costes artificialmente elevados de la energía, todo eso llevó a que con la crisis cerraran más empresas más rápidamente de lo que se creaban otras nuevas, disparando el desempleo y retrasando la recuperación.
Los políticos hicieron lo contrario de lo que había que hacer: no solo gastaron sin freno en los años de la burbuja (y ahora le echan la culpa al ciudadano privado, supuesto modelo de irresponsabilidad), sino que cuando, en 2010, sus medidas se revelaron explosivas y debieron corregirlas no frenaron ni redujeron el gasto como deberían haberlo hecho. En contra de lo que proclamaron una y otra vez, no hubo austeridad, de tal modo que, como señala el profesor Rallo, a finales de 2011 el gasto público real por habitante era superior al de 2007. Para colmo, tanto las autoridades del PSOE como las del PP aumentaron la deuda pública e hicieron lo peor que se puede hacer en una crisis: subir los impuestos. No por casualidad, pues, la economía española, que se recuperó débilmente entre 2009 y 2011, se detuvo a mediados de este último año, y volvió a caer: el ajuste había recaído exclusivamente sobre el sector privado, un doloroso ajuste en términos de paro y de empresas cerradas. El sector público no se ajustó, y cuando empezó a moderar su crecimiento, a partir de 2010, lo hizo castigando todavía más al sector privado.
Si el liberalismo no tiene nada que ver con nuestros padeceres, sí tiene que ver, subraya Juan Ramón Rallo, con su superación. La alternativa liberal no es un mágico Bálsamo de Fierabrás, pero tampoco es el veneno que recomienda el pensamiento único: gastar y gastar, como si no hubiéramos tenido un gasto excesivo y equivocado en la raíz de las burbujas y la crisis. Esa alternativa liberal pasa por abordar las dos distorsiones que han generado las burbujas: la del aparato productivo y la del exceso de deuda. Al revés de lo que se le acusa, el liberalismo no defiende la socialización de las pérdidas, y por eso Rallo no aboga por el rescate a cargo del contribuyente o bail out sino por el bail in, merced al cual los propietarios y acreedores de los bancos no asumen parte sino todas las pérdidas de la banca.
Refuta asimismo las consignas predominantes sobre la fiscalidad, como que es imposible bajar los impuestos, o que todo se arregla acabando con el fraude fiscal, o concentrando el castigo tributario en los indeseables ricos. Y desmonta la patraña que a izquierda y derecha insiste en que no hay manera de reducir el gasto público. Por cierto, hablando de derechas e izquierdas, aparentemente tan distintas y realmente tan parecidas, el apócrifo liberalismo del PP queda resumido y demolido en el capítulo 7.
Denuncia con acierto a los que, contumaces, siguen vendiendo la moneda falsa de que la austeridad es hostil al crecimiento, y a tantos gobernantes de todas las tendencias que se presentan para solucionar con su acción los problemas que esa misma acción ha creado o agravado. Hablando de monedas falsas, despliega asimismo la prudencia de no esgrimir fáciles alquimias, como la que sostiene que para desfacer nuestros entuertos basta con abandonar el euro y retornar a una peseta devaluada.
Tengo solo una objeción a los planteamientos de Juan Ramón Rallo. Él confía en que tras la lectura de este libro resten pocas dudas sobre que el intervencionismo es lo último que España necesita. Dado el peso abrumador del pensamiento antiliberal, creo que eso es mucho confiar.
NOTA: Este texto es el prólogo de C. R. Braun al más reciente libro de Juan Ramón Rallo, UNA ALTERNATIVA LIBERAL PARA SALIR DE LA CRISIS (Deusto), cuya presentación tendrá lugar en la sede de la Fundación Rafael del Pino (Madrid) a las 19 horas.