El presidente del Gobierno volvió a resistir la presión. Líderes internacionales, analistas, prensa de prácticamente toda Europa y, por supuesto, los mercados apremiaron a España para que tomara ya, sin más demora, una decisión y pidiera el rescate al Banco Central Europeo. Pero Mariano Rajoy, el mismo que hizo del aguante su seña de identidad cuando en la oposición muchos le acusaban de falta de liderazgo, no cambió un ápice su discurso ante el Consejo Europeo, mientras los suyos intentaban echar agua al incendio al grito de "nadie ha pronunciado la palabra rescate".
En algunos casos llegó a parecer que la delegación española vivía en el mundo al revés mientras a su alrededor solo se hablaba del posible auxilio; ya fuera virtual, light o como se quiera calificar. François Hollande no ayudaba al presidente, y antes incluso de que éste llegara al Consejo aseguraba que España y sus problemas de liquidez -esto es, la dificultad que tiene de financiarse en el mercado secundario- estaban por supuesto encima de la mesa, y que de ello iba a hablar ni más ni menos que con Angela Merkel y Mario Monti en dos despachos separados. Rajoy no fue invitado, y ante tales informaciones optó por el silencio a su entrada -estaba previsto que hiciera una primera declaración- mientras el rescate parecía que se iba a formalizar en minutos, tal vez horas, pero que no iba a pasar de esa noche.
Fuentes gubernamentales admitían entonces que el Consejo no estaba saliendo bien para sus intereses. Rajoy esperaba poder guardar en el cajón la cuestión del auxilio en favor de entrar a fondo en la construcción comunitaria, poniendo todo el acento en el supervisor bancario común. Pero, de entrada, el Gobierno perdió la guerra mediática, para desesperación de los estrategas de Moncloa.
Ya con los jefes de Estado y de Gobierno en faena, llegó el desmentido oficial: el rescate "no será inminente". "Ni virtual ni de ningún otro tipo", añadieron. Los asesores del presidente se confesaron molestos por no poder controlar la situación. "La hoja de ruta del Gobierno es la que es, y no pasa por el rescate", continuaron, recordando que en el orden del día del Consejo tampoco estaba previsto. Esto no quita que el Ejecutivo no lo dé por descontado -así lo pusieron de relieve varios ministros esta misma semana-, sino que no es el momento oportuno.
En su discurso, Rajoy no pronunció la palabra "rescate". Ni en la cena, ni en la reunión. Aunque todo el mundo a su alrededor se había pronunciado al respecto, él hizo como si nada. Se mantuvo en sus trece, e insistió en el supervisor. Según Moncloa, ninguno de sus homólogos le abordó sobre el asunto, aunque sí se habló de ellos en las citas paralelas a la cumbre. Lo hizo, según su propia versión, Hollande con Merkel y Monti. Y también el equipo español, en ese trabajo discreto que consiste en asegurarse que el resto de países no bloquearían la petitoria y que las condiciones no vayan más allá del control del déficit público.
A las tres de la madrugada, minutos después de concluir la primera jornada del Consejo, Rajoy resumió, preguntado expresamente sobre si alguno de sus homólogos le había solicitado que moviera ficha: "Nadie ha hablado de esto ni me ha preguntado. No me consta que nadie haya dicho ni una palabra. No hay nada de nada". Y aún añadió, contestándose él mismo sobre la posible fecha en la que solicitará la ayuda: "No hagan mucho caso a lo que vean escrito por ahí" porque "hasta que yo lo comunique no habrá ninguna noticia".
Se retrasa el supervisor bancario
En la batalla de la supervisión bancaria, crucial para que España pueda sanear sus bancos sin lastrar las cuentas del Estado, el Gobierno sufrió un contratiempo. A pesar de que el Gobierno español partía con el viento a favor de los acuerdos alcanzados en junio y de que había ganado adeptos durante la primera jornada de la cumbre para imprimir a las discusiones cierto sentido de urgencia, finalmente, Alemania impuso su criterio y consiguió que se retrasara la puesta en marcha del supervisor único hasta finales de 2013, según informaron fuentes comunitarias.
Aunque el retraso podía haber sido peor y de este modo no llegó a descarrilar la propuesta, la solución alcanzada se lleva por delante las esperanzas españolas de que la recapitalización directa esté disponible para aliviar las entidades el año que viene. Es decir, que España cargará con la deuda del préstamo bancario más tiempo del previsto. Lo que sí quedó abierto, puesto que la decisión está en manos de los ministros, es si la recapitalización directa tendrá efectos retroactivos y, por tanto, España todavía puede librarse de que el préstamo bancario compute como deuda pública.
Los ritmos de España siempre han sido distintos de los de Berlín, pero el descompás se ha acentuado cuando ha llegado la hora de curar las heridas del sector financiero. Los bancos españoles, cuyos agujeros quedaron al descubierto tras las pruebas de resistencia, necesitan 40.000 millones de euros, una cantidad que los socios europeos han prestado a España bajo estrictas condiciones, y sobre los que ahora se cierne la duda de si aumentarán la deuda del país.
Rajoy se declara "contento"
Pese a todo, el presidente Rajoy -que contó de puertas para adentro con el apoyo de Francia e Italia- se definió "contento" al vislumbrar "un avance en el proceso de integración". A pesar de que los tiempos no son los pretendidos, argumentó, los acuerdos fueron "muy razonables" y dejan claro que "Europa se hace desde todos". Sobre la recapitalización directa de la banca, evitó dar ningún tipo de fecha consciente de que aún quedan muchos pasos que dar. Pero reiteró su satisfacción, pendiente de qué lectura harán los mercados de este nuevo tira y afloja en el seno comunitario.
Aunque el dilema del rescate español escapó a la agenda oficial del Consejo, el asunto preocupa y divide a los socios europeos. Todos coinciden en secundar la postura oficial, fabricada y coreada desde Europa: las herramientas están preparadas, y Europa está lista para entrar en acción. Ahora bien, la decisión, como reiteraron ayer tanto Merkel como Hollande, sigue siendo única y exclusivamente del Gobierno español.
El punto que causa mayor fricción es, sin embargo, el precio que la ayuda conllevaría. El presidente galo ayer quiso plantar cara a su colega alemana y reiterar, también ante la prensa en plena madrugada, que en caso de que el Gobierno solicite ayuda, "no hay razones para imponer más condiciones a España y añadir más austeridad a la austeridad". Hollande, convencido de que España ya ha hecho esfuerzos suficientes, se empeña en convencer a su colega alemana de que afloje la presión sobre su socio.