Agradezco a mis seguidores en twitter (@rodriguezbraun) que me facilitaran una entusiasta entrevista en La Vanguardia a Christian Felber, economista austríaco autor de La economía del bien común. De entre sus propuestas progresistas destaca el diario este titular: "Nadie debe cobrar más de 20 veces el salario mínimo".
Desde siempre los enemigos de la libertad han agitado el señuelo de la igualdad falsa, es decir, de la igualdad mediante la ley, que apela a la envidia y otros instintos tribales que nos impulsan a aplaudir la vieja estrategia de Procusto. El socialismo de todos los partidos lo ha hecho siempre, y los equívocos de Christian Felber son solo una nueva versión de una vieja ficción, o una nueva versión vegetariana del viejo socialismo carnívoro de toda la vida. Los que ganan menos de 20 veces el salario mínimo pueden caer en la tentación de decir: ¿por qué no? ¿por qué no limitar lo que ganan los ricos, o lo que puedan legar a sus hijos? La trampa es que si el poder tiene la capacidad de hacer eso, no simplemente puede cegar las fuentes de la prosperidad, sino acabar con la libertad de todos.
Las propuestas de Felber tienen envoltorios populistas, que pueden ser atractivos, pero que apuntan directamente contra la libertad: "poner la economía al servicio del ciudadano y no del beneficio... El egoísmo y la irresponsabilidad de la economía deben dar paso a la cooperación". No reclama abiertamente el comunismo, sino la economía de mercado. Pero, siempre hay un pero, en su modelo "las empresas no compiten entre ellas, sino que cooperan para conseguir el mayor bien común a la sociedad en su conjunto". Pero en el mercado las personas ya cooperan, no necesitan ser forzadas para ello. Y si son forzadas, ello no promueve el bien común sino el poder político.
Felber, como tantos otros, endulza el antiliberalismo ignorando siempre los costes que sus políticas comportan, e inundándolo todo de vacía retórica: "inversiones con plusvalía social y ecológica". Sus bulos tienen a veces, como compensación, mucha gracia. Por ejemplo, el establecimiento de un banco... ¡democrático!
El progresismo, empero, no es democrático, porque impide al pueblo elegir. Y cuando le asegura, como hace Christian Felber, que en su paraíso sólo pagarán más impuestos los millonarios, incurre en una acendrada costumbre intervencionista: la falsedad.