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José García Domínguez

La trampa de Zapatero

Hay algo admirable en la portentosa, desinhibida, temeraria audacia con que el expresidente acostumbra a adentrarse en cualquier jardín que apele a su desparpajo intelectual.

Aquel hombre que hace apenas un cuarto de hora confundía el Euribor con el Orfeón Donostiarra, Rodríguez Zapatero, ha dado en sentar doctrina desde las páginas de El Mundo a propósito de los más intrincados laberintos macroeconómicos continentales, esos mismos que hoy siembran la zozobra y el desconcierto teórico entre todos los economistas del planeta. Acaso rasgo generacional, hay algo admirable en la portentosa, desinhibida, temeraria audacia con que el expresidente acostumbra a adentrarse en cualquier jardín que apele a su desparpajo intelectual. Sin ir más lejos, y a cuenta de uno de los grandes conceptos cardinales del paradigma keynesiano, acaba de sentenciar Zapatero: "Siempre he defendido que el BCE es la única ‘división’ capaz de ganar la batalla de la trampa de la liquidez, y así lo reclamé durante años en el Consejo Europeo". 

Inevitable, tras leer ese insólito aserto a uno le viene a la mente la imagen de Mister Bean en la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Londres. El solista que, tocando de oído, aporrea una única tecla del piano ante la mirada entre atónita y abochornada de los demás músicos de la orquesta. Y es que el enunciado zapateril equivale a que un afamado físico dijese: “Siempre he defendido que, al desprenderse una manzana madura de su rama, parte volando hacia el cielo infinito, hasta de ese modo traspasar los confines de la Vía Láctea”. Pues, para Keynes y sus herederos, la trampa de la liquidez implica justo lo contrario de lo que ha creído entender Zapatero.

Más dinero y tipos de interés muy bajos no repercutirán en una mayor demanda de créditos ante la atemorizada parálisis de empresas y particulares. Ergo, la política monetaria del banco central resulta inane a fin de resolver las crisis. De ahí, como alternativa a su inoperancia, que Keynes propusiera la expansión del gasto público. Provoca sonrojo tener que explicárselo a alguien que ha dirigido el Consejo de Ministros del Reino de España durante siete largos años. Pero, a tenor del contenido de su artículo, resulta evidente que desconoce el significado del término. Sin duda aturdido por la literalidad de la expresión, Rodríguez debió de barruntar que, claro, con más liquidez se sale de las trampas. De llorar.

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