La actriz Pilar Bardem se presentó esta semana en un acto de apoyo a los mineros que llegaron a manifestarse a Madrid procedentes de Asturias y León. Y declaró: "Quiero a los mineros como quiero a cualquier ciudadano que defienda sus derechos".
Es una excelente ilustración de una paradoja fundamental del progresismo. En efecto, ¿cómo es posible que Pilar Bardem quiera a cualquier ciudadano que defienda sus derechos, y no a cualquier ciudadano que los tenga?
Imaginemos una persona que es asaltada, golpeada o violada, pero que opta por no resistirse, quizá porque piensa que no vale la pena o incluso porque puede empeorar su situación. ¿Es que la señora Bardem no sentiría aprecio por ella? ¿Es que no querría a una mujer violada si esa mujer no defiende su derecho a su integridad física y moral?
Esto es obviamente un disparate. Todos tenemos derecho a no ser violados, independientemente de la defensa que hagamos de ese derecho.
Asimismo, el derecho a no ser violados comporta el respeto a nuestra dignidad y nuestra libertad sin menoscabar en absoluto la dignidad y la libertad de los demás. En cambio, lo que los mineros reivindican es el derecho a quebrantar el derecho de los demás al fruto de su trabajo, porque exigen que los políticos arrebaten a los ciudadanos unas sumas de dinero que los ciudadanos libremente con seguridad no entregarían a los mineros.
La lógica de la acción colectiva, que diría Olson, lleva a que determinados grupos de presión poco numerosos pero muy organizados utilicen diversos grados de violencia para conseguir que los políticos les ayuden a expensas de los contribuyentes o los consumidores, dos grupos muy numerosos pero poco organizados, que no defienden sus derechos en las calles. Pero los tienen, y Pilar Bardem podría apreciarlos. Después de todo, ellos probablemente han pagado con su dinero, a la fuerza, sus películas.