Rajoy ha dado este miércoles un paso en la buena dirección, aunque gracias, sin duda, a la estricta condicionalidad impuesta por los países solventes de la zona euro para sufragar el rescate de la banca española. España está intervenida y, como resultado, el Gobierno, muy a su pesar, no ha tenido más remedio que tocar partidas de gasto hasta ahora impensables, como es el caso de la prestación por desempleo, el número de empleados públicos, una nueva rebaja salarial a los funcionarios o la reducción de empresas públicas y privatización de ciertos activos estatales. En el lado negativo, sin embargo, se encuadra la nueva subida fiscal que sufrirán los contribuyentes en materia de IVA, IRPF –se elimina la deducción por vivienda para los nuevos compradores–, Impuestos Especiales, Sociedades o fiscalidad medioambiental.
Pese a ello, lo más preocupante no radica en el hecho de que España se sitúe ya a la cabeza de los países con mayores impuestos –directos e indirectos– de la UE y el mundo desarrollado, sino en la propia estimación ofrecida por Rajoy sobre el alcance del ajuste fiscal que conllevará la aplicación de tales medidas: apenas 65.000 millones de euros de aquí a 2014 entre aumento de ingresos y reducción de gastos; unos 10.000 millones extra en lo que resta de año –como mucho– y otros 25.000 de media anual entre 2013 y 2014; y ello sin tener en cuenta que, difícilmente, se cumplirán las previsiones de recaudación.
La cuantía de dicho ajuste se antoja, pues, insuficiente para superar el reto al que se enfrenta el país, sobre todo teniendo en cuenta que el déficit en 2011 no se redujo un ápice y volvió a rondar los 90.000 millones de euros. El PP se ha equivocado de estrategia. Hasta ahora, ha abogado por repartir el imprescindible ajuste presupuestario casi a partes iguales (50/50) entre subida de impuestos y recorte de gastos. Tal y como hemos mostrado en estas páginas, había alternativa, pero el Gobierno ha preferido ignorarla. Era y aún es posible recortar la grasa del sector público sin tocar servicios básicos para eliminar por completo el déficit a muy corto plazo, eliminando subvenciones y reestructurando administraciones, sin subir impuestos. Hoy, una vez más, Rajoy aboga por combinar tributos y recortes, pero al menos ha metido la tijera en ámbitos que se creían intocables hasta ayer –en contra de su voluntad, eso sí–. Se trata de un avance positivo que, sumado a la profundización de las reformas que impondrá la troika, abre una vía de esperanza para salir de la crisis. Un primer paso –se necesitarán más–, cuyo estricto cumplimiento es esencial.
Y es que, nos jugamos mucho en este proceso, el presente y el futuro de España y de los españoles... La permanencia o no en el euro. Los recortes han disparado la ira de la izquierda y las protestas de los colectivos afectados, pero éstos parecen no entender que la austeridad pública –hasta ahora inexistente– es la única salvación. No hay otra. El rescate total de España, llegado el caso, es improbable, ya que su elevado coste podría provocar la ruptura de la Unión Monetaria por el norte ante la negativa de los países más solventes a costear los despilfarros del sur. Y el problema es que, en ausencia de austeridad, la necesidad de un rescate total está cada vez más cerca. Una situación que es mejor no plantearse, ya que incluso dentro del propio Gobierno existen voces que defenderían abandonar la moneda única antes que tener que sufrir el coste político de una intervención directa. Así pues, lo que está realmente sobre el tablero es el propio euro y la permanencia o no de España en él. No es momento de titubeos ni medias tintas. Nos estamos jugando todo.