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Asís Tímermans

El martillo de plata de Rajoy

Nunca encontrará un Gobierno más apoyo interno y externo para reordenar a fondo un sistema de prebendas y gobiernos que crea derroche en tiempos de bonanza y ruina en los de crisis. No hacerlo es peor que un crimen: un fatal error.

Al elegirle, no se esperaba de él simpatía ni buena dicción. Solo que afrontase la crisis sin excusas. Pero creyó poder comportarse con moderación, como ahora se llama a hacer las cosas a medias y sin fe.

Con seis meses de retraso, el presidente Rajoy presenta un enérgico conjunto de medidas. En el camino ha perdido la confianza de los desconcertados españoles. Ya se presentaron antes tímidos cambios que se pretendieron revolucionarios. Ya se subieron impuestos afirmando que era inevitable y excepcional. Ya se dijo anteriormente que los deberes estaban hechos y solo restaba la inexcusable asistencia de la salvífica Unión Europea. Ya no basta para ser creíble alegar que estas nuevas medidas son necesarias aunque no gusten. Nadie confía en que estos sacrificios eviten otros mayores. Es el momento de convencer. De la Política con mayúsculas. Ojalá el presidente se dé cuenta.

La situación reclama, básicamente, dos tipos de acciones. Unas que eviten la quiebra del Estado, que nos podría hundir a todos. Otras que atenúen la terrible situación de una sociedad con un paro insoportable y ausencia de expectativas de mejora. En otras palabras: cuadrar las cuentas públicas y aliviar la asfixia de los ciudadanos. ¿Son compatibles ambos tipos de medidas?

Muchos creemos que sí. Pero el Gobierno Rajoy se limita a transmitir machaconamente que cuadrar las cuentas del Estado equivale a salvar la situación. Los ciudadanos no son tontos: saben que no basta evitar que el Estado se hunda para que ellos salgan a flote. Es necesario, además, acabar con las ataduras que aumentan la ineficiencia. Costes e impuestos, regulaciones y licencias, normativas de lujo. Permitir que quien pueda produzca.

La salvación del Estado solo puede hacerse reduciéndolo. Por eso, la anunciada ordenación de competencias y eliminación de duplicidades solo suena a reparar lo que siempre fue escandaloso pero ahora se ha vuelto insoportable. Como la limitación de la retribución de los cargos municipales: ya no basta. Ésta puede ser la última oportunidad de evitar el colapso del Estado causado por el oligopolio de los partidos políticos. Nunca encontrará un Gobierno más apoyo interno y externo para reordenar a fondo un sistema de prebendas y gobiernos que crea derroche en tiempos de bonanza y ruina en los de crisis. No hacerlo es peor que un crimen: un fatal error.

Nadie lloraría la eliminación de todo privilegio sindical y político. Y pocos protestarían contra la introducción de criterios de eficiencia en la Administración. ¿Por qué no hacerlo a fondo? Eliminar la paga extraordinaria a los empleados públicos quizá sea inevitable. Pero solo es lo más fácil. El sector público debe reducir su tamaño y sus planteamientos, no su eficiencia.

Y aquí entra la segunda parte: ¿cuánto tiempo puede resistir una sociedad con un paro masivo, ahorros menguantes y ausencia de mecanismos de financiación? La adopción de todo tipo de medidas que favorezcan un reparto natural del trabajo y una reducción de los costes no es ya una cuestión ideológica, sino de supervivencia. Que un ministro de Hacienda alegue el fraude o la fiscalidad comparada para subir tres puntos el IVA en un país en el que llegar a fin de mes comienza a ser excepcional revela la desorientación política de este Gobierno. La subida del IVA no solo aumentará el fraude fiscal, sino que lo legitimará a ojos de unos ciudadanos que lo consideran abusivo. No es ya la curva de Laffer, sino la desobediencia cívica.

Por si fuese poco, la reducción de la prestación de desempleo se produce en un momento en el que encontrar trabajo es realmente difícil. Es cierto el efecto desincentivador. Pero también que eran los tiempos de mayor bonanza los adecuados para una reforma que ahora suena a cruel sarcasmo.

El presidente Rajoy se comporta como esos médicos que, sin dar explicaciones, pinchan y suministran brebajes amargos al enfermo. Transcurren los meses, empeora la salud, y el paciente deja de serlo: cuando el dolor deja de tener sentido deja también de ser tolerable. Como en la vieja canción de los Beatles, Rajoy aparece como Maxwell, armado con un martillo de plata con el que golpea a parados, funcionarios y mileuristas.

La Administración no puede pretender sobrevivir a costa de unos ciudadanos que se hunden. Éstos apoyarían casi cualquier reducción del Estado, así como la intervención de entidades locales y regionales, a cambio de que disminuyese la carga fiscal y las trabas para sobrevivir. Ahora o nunca. Si pierden toda esperanza, apoyarán entonces cualquier rebelión contra el martillo de plata de Rajoy. 

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