"Hay que ahorrar", nos predican incansables los devotos castizos de la cofradía de la santa austeridad. Y es que, en efecto, hay que ahorrar mucho en España a fin de que al Ejecutivo socialista de Francia le salga gratis total colocar su deuda soberana. O que incluso se permita el sarcasmo de emitirla, como ayer mismo, ofreciendo rentabilidades negativas. Esto es, comprometiéndose de modo formal y solemne a devolver a sus prestamistas otra suma inferior a la que se le confíe, una vez descontada la inflación del periodo. Para eso, pues, urge ahorrar: para que Hollande –junto a Merkel, huelga decir– se lo funda de gorra a nuestra salud.
He ahí una de las paradojas sangrantes de esta comedia bufa: el dinero de los vagos y maleantes del sur, los malhadados pigs, es el que permite que los angelicales y laboriosos puritanos del norte sigan endeudándose sin pagar ni un céntimo de intereses. Acaso como premio a tan desprendida generosidad, Berlín ha puesto en marcha su Trento particular, la contrarreforma del rescate financiero que deja en humo de pajas los acuerdos del último Consejo Europeo. A falta de más perdices que marear, dispongámonos a ver cómo finalmente el Estado se empeña en cien mil millones. Cómo ese dispendio suscita el inevitable correctivo por parte de los mercaderes de bonos. Cómo, en consecuencia, la maldita prima no ceja de trepar enloquecida.
Cómo el diferencial repercute raudo en la ceba del déficit. Y cómo el más que seguro deceso de algunos moribundos ahora auxiliados añade nueva dinamita a los cimientos del Erario. Crónica de un colapso fiscal anunciado que cabría resumir en un enunciado desoladoramente simple. A saber, ni España ni Italia pueden seguir perteneciendo a la zona euro de persistir las rentabilidades superiores al seis por ciento para sus bonos. Lo acaba de sentenciar Wolfgang Münchau en el Financial Times. Aunque lo podría corroborar cualquiera que maneje las cuatro reglas con alguna pericia elemental. Así las cosas, no es extravagancia descabellada la sugerencia de que el Gobierno comience a considerar la eventual reinstauración de la peseta. Si Merkel insiste en repudiar los eurobonos y Draghi en abstenerse de intervenir, no quedará otra. Los locos están a punto de ganar la partida.