El anuncio de la puesta en marcha de un plan europeo de gasto público por importe de 130.000 millones de euros, realizado tras la reunión de los presidentes de las cuatro principales economías de la Unión Europea, no ha tardado en suscitar todo tipo de felicitaciones y parabienes entre los que defienden la falacia de que la restricción del gasto estatal impide el crecimiento.
Como hemos señalado con insistencia en LD, lo contrario de la austeridad es el despilfarro, no el desarrollo económico, que sólo puede consolidarse a través de la reducción del peso del sector público para liberar el dinero y la energía que toda sociedad libre necesita para prosperar. Una inyección puntual de dinero público aumenta ligeramente el PIB mientras se ponen en marcha las inversiones y los subsidios generados como estímulo artificial, pero una vez superado ese efecto, el resultado es que los ciudadanos tendrán sobre sus espaldas un peso mayor a consecuencia de la deuda generada que habrán de sufragar con futuras subidas de impuestos.
Los presidentes de los ejecutivos de Alemania, Francia, Italia y España parecen haber decidido que la austeridad impuesta en el gasto de sus respectivos países ya ha sido suficiente, y ahora pretenden desvirtuar los saludables efectos de ese ahorro estatal invirtiendo el proceso a través de una inyección de fondos públicos equivalente al 1% del PIB europeo. Esa es la propuesta que han acordado presentar para su aprobación en la Cumbre Europea de la próxima semana; un mero trámite dado el peso político de los países responsables de esta acción coordinada.
Tan sólo cabe esperar que, puesto que todo hace indicar que nos enfrentamos a un hecho consumado, al menos el destino de esa importante inyección de fondos públicos se haga con criterios de cierta rentabilidad a largo plazo. Aquí tenemos la experiencia de los planes "E" elaborados por Zapatero, que sirvieron para construir y remozar unas infraestructuras que oscilaban entre lo innecesario y lo contraproducente, como aeródromos ruinosos, lujosas instalaciones deportivas en zonas deshabitadas o la sustitución de pavimentos en buen estado tan sólo para gastar un dinero prestado que todos los contribuyentes tendremos que devolver a partir de ahora con sus intereses preceptivos.
Por desgracia para los europeos, la clase política continental ha decidido apostar por ese modelo keynesiano, que tanto ha dificultado siempre la recuperación económica tras las crisis recurrentes provocadas por el desaforado intervencionismo estatal. En Libertad Digital, por respeto a nuestros lectores y en defensa de sus intereses, desde luego no les vamos a aplaudir por ello.