Estábamos en la cuenta atrás para el apocalipsis del euro, y es natural que todo el mundo se haya puesto muy contento al saber que la catástrofe consentía, una vez más, en pasar de largo. Con los resultados de las elecciones griegas en la franja de lo razonable, siempre dentro de su peculiar mapa político, el respiro y el alivio parecían justificados. Cómo no congratularse de que el Día del Juicio Final no sea mañana. Sólo hay un motivo para echar agua al vino de la euforia, la retsina griega en este caso: el día funesto no ha desaparecido del euro calendario. Su advenimiento, por así decir, se aplaza hasta la próxima. Todo sería más sencillo si los males que aquejan a los países del sistema monetario único –y al sistema mismo– empezaran y acabaran en Grecia. Las cosas, sin embargo, se obstinan en complicarse.
La eurozona acaba de ganar tiempo, que es justo lo que ha venido haciendo hasta ahora. Pero es perfectamente posible que también continúe como hasta aquí. Sin que resuelva, en un sentido u otro, la clásica batalla entre acreedores y deudores que conforma el paisaje de fondo. Esto es, entre los acreedores del Norte, que prestaron con alegría excesiva a los del Sur, y los deudores del Sur, que invirtieron esos préstamos con similar ligereza. La irresolución domina. Y se expresa, como suele, en mensajes contradictorios. Así, un ministro alemán manifestaba, en la noche griega, disposición a renegociar los plazos del ajuste, y un portavoz del gobierno alemán declaraba, en la mañana berlinesa, que ni hablar del asunto. De esta guisa, tan alentadora, se espera llegar vivos a la próxima eurocumbre.
El greekend que hemos dejado atrás tenía el peligroso atractivo de las situaciones límite. Se podía fantasear con la idea de que una victoria del telegénico izquierdista Alexis Tsipras, con su colección de especies políticas prácticamente extinguidas en la democrática Europa, forzara a Merkel y compañía a romper su ayuno decisorio. Puestos entre la espada y la pared, entre la austeridad y el default griego, igual se definían y despejaban incógnitas. No ha sido así y, como los experimentos conviene hacerlos con gaseosa, tampoco hay que lamentarlo. El temido fantasma Grexit se ha retirado discretamente tras espantar a propios y extraños durante meses. Bien, aplaudamos su mutis. Pero, en su lugar, ay, tenemos a pleno rendimiento un Spanic.