Mientras insisten en sus diferencias, los políticos prueban una y otra vez sus semejanzas. Ana Palacio, destacada ex política del PP, escribió: "ver el Estado y el mercado como ámbitos intrínsecamente enfrentados ya no refleja la realidad (si es que alguna vez lo hizo). De hecho, cada vez está más claro que hoy en día la amenaza que pesa sobre el capitalismo no emana de la presencia del Estado, sino de la ausencia del mismo o de su mal funcionamiento".
Serían seguramente legión los políticos de la izquierda que la secundarían en ese resumen del pensamiento único, en su consigna de que los éxitos del capitalismo dependen de "un Estado eficaz", y en el siguiente comentario: "El ejemplo de México demuestra también que el mercado, por sí solo, no basta. Para que el capitalismo prospere, hacen falta una judicatura y una policía eficaces".
¿Qué clase de razonamiento puede llevar a que una persona seria concluya seriamente que los asesinatos en México prueban que el mercado "por sí solo" es insuficiente? Un razonamiento endeble, que parte de la base de lo que debería demostrar. Doña Ana simplemente adjudica males a la libertad, y supone de entrada que si hay males, entonces esos males mismos avalan la necesidad del Estado, de un Estado del que, a su vez, solo pueden brotar bienes, no solo la justicia y la policía en buen funcionamiento sino además la legitimidad de un capitalismo que necesita del Estado, el antiguo camelo que sostiene que para salvar al capitalismo del socialismo hay que... socializarlo.
Pero, por extendidas que estén estas consignas, su solidez es cuestionable. Claro que hay oposición entre el Estado y el mercado, porque los ciudadanos o bien deciden ellos qué hacen con su propiedad, o bien el Estado lo decide en su lugar. Una cosa es que la política legitime su coacción alegando que es imprescindible para el bienestar popular y otra cosa es que eso sea evidente. De ahí que la clave de la libertad no sea la eficacia del Estado sino sus límites.