Con ocasión del rescate, un corresponsal extranjero, gremio del que aún se espera que nos revele nuestros pecados capitales, escribió que España andaba sumida en una "política provinciana", cuando los grandes asuntos, los trascendentales, se negocian en Berlín o en Bruselas. Ah, si sólo fuera España la aldeana de Europa. En tal caso, no estaríamos conteniendo el aliento a la espera de que se detenga la ruleta rusa que tenemos en Grecia, porque resulta que el destino del euro depende de algo que bien podemos calificar de acontecimiento provinciano por excelencia: unas elecciones nacionales. Quién nos iba a decir que la unión monetaria europea sería el paisaje perfecto para que se verificara la teoría del dominó. Ni en la Guerra Fría ni en el Sudeste Asiático: va a ser en la eurozona, donde incluso una ficha menor puede provocar el temido efecto en cadena.
Más aún. Mucho de lo que se ha hecho –y se ha dejado de hacer– en Europa ante la crisis de la deuda soberana sería incomprensible sin el ingrediente de la provincia, ese aspecto menospreciado por arcaico y discordante con la globalización, que lleva dentro sus muy nacionales comicios. Porque como confesó el primer ministro de Luxemburgo, Jean Claude Juncker, "todos sabemos lo que hay que hacer, lo que no sabemos es cómo vamos a ganar después las elecciones". De manera que en el aire de tragedia griega que envuelve a la eurozona, también flota el aroma a coliflor hervida de cualquier patio de vecinos. Es así. La opinión del pensionista de Hamburgo ha influido tanto como influirá la del ateniense que se dispone a ir a las urnas.
No estábamos preparados para esto. Europa era el progreso, igual el económico que el civilizatorio. Iban y venían los fondos, y los años de vino y rosas parecían eternos. Tampoco el Norte hizo mal negocio. Ingenuos, nos creímos el cuento del fin de la Historia de Fukuyama. Otro desastre del 29 era imposible, nos explicaron los expertos. También les creímos, pero también ellos estaban ciegos. El euro, como la vida, llegó sin manual de instrucciones de uso y no tiene marcha atrás. Lo escribió Burckhardt: "Nos gustaría saber sobre qué ola del océano estamos flotando, pero nosotros mismos somos la ola". Sobreviviremos.