Acaso sea el siguiente paso. Y acaso suceda a no tardar, antes de agosto. Más pronto que tarde, España toda podría inclinarse a la altura de sus más dilectos hijos pródigos, Cataluña y la Comunidad Valenciana, cuyos respectivos bonos han sido laureados con la acreditación de basura patriótica por las tres hermanas, S&P, Moody’s y Fitch. Algo que como consecuencia primera acarrearía que los fondos institucionales repudiasen los títulos hispanos por exigencia de sus propios estatutos. No hay demasiadas razones que inviten a prever lo contrario. Para empezar, el argumento tan recurrido de la levedad relativa de nuestra deuda pública acaba de esfumarse por las cañerías del FROB.
Esas cien mil penitencias que nos han tocado en la tómbola de Bruselas elevarán la asfixia financiera del Estado a más del noventa por ciento del PIB en 2012. Palabras mayores, ahora sí. Nos hemos tragado el agujero bancario, pero nadie espere que los inversores se traguen que ello no multiplica el riesgo de nuestra deuda soberana. Para continuar, la troika sigue manteniéndose fiel al muy piadoso principio de que la caridad bien entendida comienza por uno mismo. Léase que los cien mil –más los preceptivos intereses– son sagrados y su puntual retorno habrá de tener prioridad absoluta sobre cualquier otra obligación pecuniaria contraída por el Reino de España. Ocurra lo que ocurra, Merkel exige ser la primera en pasar por caja.
Ergo, cualquier otro acreedor deberá ponerse a la cola. Por lo demás, nada nuevo bajo el sol: en Grecia ya ha sucedido. Sépase que su célebre quita se le ha aplicado a todo el mundo... salvo al Fondo Europeo de Rescate. Avisados quedan entonces cuantos, nacionales o de importación, piensen meter un duro en letras del Tesoro. Y para acabar, esa mugre fiduciaria se proyectará en la prima de riesgo que, a imagen de lo acontecido con sus iguales griega, irlandesa y portuguesa, subirá en lugar de sosegarse. Añádase, en fin, que el Diablo siempre anda en los detalles. Un crédito a tres años, como los de Grecia y Portugal, sería lo más parecido a la crónica de una muerte anunciada. A diez, como el de Irlanda, nos mantendría la soga al cuello durante una generación. A más largo plazo, nadie los conoce aún. Veremos, pues.