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Mikel Buesa

La cuentas del Honorable Mas

Al Honorable Mas le van fallando los argumentos económicos tradicionales del nacionalismo y ahora es desde las demás regiones de España desde donde se transfieren recursos para equilibrar las cuentas del gasto del Estado en Cataluña.

La torpeza con la que, en ocasiones, se desenvuelven los políticos da lugar a acontecimientos inesperados, a veces felices y otras más bien lamentables. El admirado paleobiólogo, hoy desaparecido, Stephen Jay Gould contó una vez que si George Canning –que fue ministro de asuntos exteriores del Reino Unido en 1814– no hubiera errado el tiro en el duelo que mantuvo con Robert Stewart, vizconde de Castlereagh, tal vez éste no habría tenido la ocasión de suicidarse el 18 de agosto de 1822, poniendo así en evidencia los desastrosos designios de la melancolía. Una enfermedad ésta que, por cierto, también impregnó a Robert FitzRoy, sobrino de Castlereagh, quien siendo aún muy joven, con tan sólo veintitrés años, tomó el mando del Beagle justo después de que el capitán que le precedió hubiera sufrido un trastorno mental y se hubiera pegado, con acierto, un tiro. El caso es que FitzRoy tomó a Charles Darwin a su servicio para que lo acompañara durante el largo viaje de casi cinco años que, siguiendo las órdenes del Almirantazgo, emprendió al final de 1831con su navío, y pudiera así mitigar la soledad a la que las leyes británicas sometían a los mandos de los buques de la Marina Real. En definitiva, la torpeza del ministro Canning condujo, a través de tan rocambolesca mediación, a uno de los acontecimientos más felices de la ciencia moderna como fue la publicación, casi tres décadas más tarde, de El origen de las especies.

Pero el desacierto de los políticos puede conducir también al infortunio. Tal ha sido el caso del Honrable Mas, presidente de Cataluña, cuando la semana pasada, en medio de la barahúnda financiera, tuvo la ocurrencia de mentar el fantasma del impago –de eso que en la jerga de los economistas se conoce como default– a la vez que reclamaba del Estado "la tesorería suficiente para pagar; y pagar a tiempo, porque todos tenemos facturas por pagar a fin de mes". Ni que decir tiene que, en este mundo actual en el que la información –incompleta, sin duda, y procesada en mensajes de pocas palabras, también– circula a la velocidad de la luz, los operadores de los mercados de deuda no se lo pensaron dos veces para exigir mayores rentabilidades en compensación de los riesgos y la prima correspondiente emprendió un rápido ascenso hasta rozar los quinientos puntos.

De que el Honorable Mas no tenía la menor intención de revolver las ya turbulentas aguas financieras españolas, no me cabe la menor duda. Pero no estamos aquí para valorar intenciones, sino para apreciar las circunstancias del caso y sus consecuencias. Esas circunstancias comienzan, sin duda, en las desastrosas finanzas públicas de Cataluña, herencia de los dispendios de la administración socialista-republicana que precedió al Gobierno de Mas, y de la insuficiencia de la política de austeridad progresiva que, administrada a plazos, éste ha practicado durante los ya casi dos años y medio de su presidencia. Como consecuencia, la administración catalana ha acumulado ya una deuda próxima a los 42.000 millones de euros cuyos vencimientos en este año se acercan a los 13.500 millones. Ello, frente a unos ingresos fiscales de 17.900 millones y unas transferencias de 5.200, hace que la disponibilidad de recursos para sostener la Administración sea muy precaria y haga ineludibles nuevas emisiones de deuda que se estiman próximas a 5.000 millones adicionales.

Otra de las circunstancias del caso viene dada por la rivalidad entre Mas y Durán Lleida –y entre sus respectivos partidos– por el liderazgo ideológico de la derecha nacionalista, pues mientras aquél se escora cada vez más hacia el independentismo, éste se presenta bajo la bandera de un autonomismo con pretensiones de ampliación de su espacio político, aunque integrado en España y con disposición a colaborar en las tareas del Estado. Y lo cierto es que las declaraciones de Mas le sorprendieron a Durán en las puertas de La Moncloa, donde tuvo que hacer encaje de bolillos para salir airoso del embrollo declarando que "si hace falta dinero para este mes nadie tiene que explicarlo, y Artur Mas no lo ha hecho", para añadir a continuación que "de ninguna manera el president ha solicitado la intervención de Cataluña; no hay motivo para el rescate".

Pero también se anota en la intervención de Mas una apelación al recurrente tópico del déficit fiscal, con lo que, por una parte, se pretende señalar a los catalanes que el recorte de los gastos de la Generalitat tiene su raíz en las exigencias del Estado; y por otra, se busca abundar en la idea de que, fuera de España, Cataluña afrontaría la crisis con bastante holgura. Y así el Honorable Presidente afirmó que ese déficit fiscal es de 16.000 millones de euros, una cantidad que, si fuera cierta, bastaría para enjugar en poco tiempo la deuda catalana.

Veamos entonces la cifra de marras. Su origen no es otro que la última estimación de la balanza fiscal de Cataluña, referida a 2009 y publicada por la Generalitat en un documento avalado por conocidos y, sin duda, prestigiosos economistas que han formado parte del correspondiente grupo de trabajo. Sin embargo, detrás de ella hay opciones metodológicas muy discutibles, tal como ha destacado Convivencia Cívica Catalana, la combativa asociación que preside el Catedrático de la Universidad de Barcelona Paco Caja. En un documento muy trabajado esta asociación ha destacado que, para su cálculo, el Gobierno catalán ha incurrido en cinco trampas:

1. Utilizar la técnica del flujo monetario, de acuerdo con la cual los ingresos y gastos se imputan en función del territorio en el que tienen lugar, lo que impide tener en cuenta si las personas que pagan los impuestos o las que reciben el gasto del Estado residen o no, efectivamente, dentro de él.

2. Sobrevalorar los impuestos pagados en Cataluña al Estado al incluir en la cantidad correspondiente los pagos de no residentes.

3. Minimizar los gastos del Estado en Cataluña al excluir de este concepto la mayor parte de los gastos en Asuntos Exteriores, Justicia, Defensa, Servicios Sociales, Gestión de la Administración Central, Deuda Pública y un variado elenco de organismos que van desde la Agencia Española del Medicamento hasta el Consejo de Seguridad Nuclear.

4. Sumar el déficit fiscal de Cataluña con la Unión Europea.

5. Restar el déficit del Estado, lo que supone incurrir en una doble contabilización.

Con estos procedimientos la Generalitat llega a la bonita cifra de 16.409 millones de euros mencionada por el Honorable Mas. Pero si, en vez de inventar las aludidas trampas, se empleara una metodología académicamente más aceptable –nos dice Convivencia Cívica–, entonces el déficit fiscal catalán se trastocaría en un superávit de 4.015 millones de euros. Porque, contra lo que machaconamente se repite por los nacionalistas catalanes, el saldo fiscal fue negativo para Cataluña hasta 2008 y dejó de serlo desde el año siguiente. A nadie que conozca un poco las relaciones económicas entre Cataluña y el resto de España le puede sorprender esto, pues, con la crisis, las cosas han cambiado sustancialmente y Cataluña ha ido perdiendo su posición preeminente en el mercado nacional. Por ejemplo, el saldo comercial de la región con las demás Comunidades Autónomas ha pasado de registrar un superávit de 17.191 millones de euros en 2008 a otro de sólo 4.643 millones en 2011; y también, desde 2010, la Seguridad Social es deficitaria en Cataluña.

En resumen, al Honorable Mas le van fallando los argumentos económicos tradicionales del nacionalismo y ahora es desde las demás regiones de España desde donde se transfieren recursos para equilibrar las cuentas del gasto del Estado en Cataluña. Claro que ello no ha bastado para sujetar su imprudente verborrea identitario-financiera y la prima de riesgo de la deuda española –ayudada por otros políticos incontinentes, nacionales y europeos– ha continuado subiendo en los días posteriores a los de la verbalización de sus excesos. Confiemos en que no sea por mucho tiempo. 

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