No es la primera vez que comentamos desde estas líneas el gravísimo error que cometió la canciller Merkel al cerrar ocho de los reactores nucleares alemanes debido a la histeria colectiva sufrida tras Fukushima. Poco más de un año después de aquella decisión, las consecuencias que algunos pronosticábamos no solo se han hecho realidad, sino que han ido más allá de lo predecible.
El precio de la electricidad en Alemania se ha incrementado, siendo una de las más caras de Europa. Según datos de la Agencia Internacional de la Energía, sus exportaciones de electricidad han bajado un 0,9% mientras que las importaciones han subido un 7,7%. Es decir, han pasado de ser exportadores a importadores netos de electricidad desequilibrando su balanza de pagos energética. Toda esta política, vitoreada por la bancada verde del Bundestag, lo único que ha conseguido es aumentar sus emisiones de gases de efecto invernadero. Magistral, caballeros.
Estas son algunas de las consecuencias del populismo político cuando se aplica al ámbito energético, aunque no se restringe únicamente a esto, que es lo directamente visible. Los propietarios de las centrales nucleares clausuradas han perdido unos ingresos legítimos y la situación ha dado otro giro de tuerca. La empresa E.ON cerró el 2011 con un EBITDA un 30% inferior al año anterior, debido fundamentalmente a los 2.500 millones de euros de pérdidas por el cierre de los reactores. A estas alturas ya saben ustedes lo que esto implica.
Mientras la sombra de miles de despidos planea sobre las empresas energéticas germanas, la falta de liquidez en el sector ha provocado que el consorcio formado por E.ON y RWE para la construcción de nuevas centrales nucleares en el Reino Unido haya dado marcha atrás. Más paro. Porque en una economía global, las decisiones políticas tomadas en Berlín no afectan únicamente a sus condiciones internas, sino a las inversiones de las empresas alemanas en el resto del mundo. Y lo que es peor, afecta al resto de sectores de la economía que tienen en la electricidad una de sus materias primas fundamentales.
Una de las mayores empresas de Alemania en la producción de aluminio, Voerde, se declaró en quiebra el pasado 8 de Mayo. ¿Las causas? El presidente de la industria del metal, Ulrich Grillo, declaró que "la producción de metales, particularmente aluminio, están en riesgo en Alemania debido a los altos precios de la electricidad que han dejado de ser competitivos internacionalmente". Por si no estuviera bastante claro, también dijo que "el aumento en los precios resulta claramente del apoyo del Estado a las energías renovables, especialmente a la solar fotovoltaica".
Aquí, en España, los altos precios de la electricidad están ocasionando también efectos contraproducentes sobre nuestra industria. Sin embargo, el mundo de la política no deja cada día de sorprendernos. Parece mentira que haya sido el propio Gaspar Llamazares el que haya pedido al gobierno que implante medidas para que las industrias con gran consumo eléctrico obtengan condiciones "más favorables". El líder de IU declaró que "esta es una cuestión clave para la competitividad, el empleo y la economía". ¿Cómo es posible argumentar que una electricidad competitiva es buena para la generación de empleo y, al mismo tiempo, defender la instalación masiva de renovables que son, en buena medida, las que están disparando el precio de la electricidad? ¿Cómo es posible pedir una energía barata y, al mismo tiempo, criticar al gobierno porque decrete una moratoria en las primas a las renovables? ¿Cómo es posible pedir que se baje el precio de la electricidad a la industria porque sería bueno para el empleo y, a la vez, pedir que se les suban los impuestos? A mí, desde luego, me patinaría la neurona.