Si hace una semana hablábamos aquí del "juego del gallina" entre el directorio europeo y Grecia, ahora es preciso cambiar a uno de los protagonistas. Seguimos con Merkel y compañía en el papel de James Dean, pero el conductor rival, el que está enfrente y en la pista, con todos los focos sobre él, en este instante es Rajoy. El peligroso juego con el riesgo de la destrucción mutua vuelve a proporcionar la lógica que subyace al torbellino que ha desatado el destape de Bankia. Como señalan desde el think tank de Fedea, el Gobierno español quería un rescate del banco por la puerta de atrás, sin condiciones y sin alharacas. El plan consistía en emitir deuda, dársela a Bankia y que ésta presentara los papelitos en la ventanilla del señor Dragui a fin de que allí se los cambiaran por dinero.
El escollo ineludible para tal operación consistía en que el Banco Central Europeo no estaba por la labor. Aunque retirara unas líneas de la nota que finalmente emitió para desmentir su rechazo al plan, su posición, según todos los indicios, es contraria. Y detrás está Berlín. Por si fuera poco, desde la capital alemana no tardaron en manifestar su reticencia también al botellín de oxígeno, porque no llegó a balón, ofrecido por la Comisión Europea con matices y confusión al por mayor. La propuesta de que el fondo europeo de rescate inyectara dinero en los bancos necesitados ha sido, pues, un brindis al sol de España. O eso parece, que como bien dice la copla, las cosas cambian que es una barbaridad, y más en tiempos de pánico financiero.
El Gobierno español es igualmente contrario a aceptar la alternativa del BCE y el directorio, que en último término implica que España pida un rescate como los que afectan a Irlanda, Grecia y Portugal. Con todas las consecuencias económicas y políticas que conlleva una intervención: la pérdida de la capacidad de decisión sobre ajustes y reformas, y la entrega de las riendas a una troika. La amenaza con la que juega el conductor Rajoy es seguir hasta el final en su rechazo al rescate, esperando que el riesgo que ello implica para la unión monetaria obligue a ceder a los ocupantes del otro vehículo. Pero ahí tampoco faltan recursos ni gasolina y, además, dejan que se achicharre nuestra prima. El desenlace es incierto, si bien es probable, como apuntan gráficamente en Fedea, que el BCE piense que conduce un tanque y España, un modesto seiscientos.