Si la negativa del PP a suprimir ese ultrajante dispendio que constituye el uso de traductores para que los senadores españoles puedan entenderse entre sí, me ha evocado un artículo que publiqué en enero del 2011 titulado ¿Va Rajoy a derogar lo que no ha querido aprobar?, los insistentes llamamientos del presidente del gobierno al BCE para que "ayude a España" me han recordado otro articulo que publiqué en tiempos de Zapatero con el titulo "Envilecer la moneda para sostener el despilfarro".
Naturalmente, no considero por este recordatorio que erradicando el dispendio de los traductores, o algunos otros despilfarros de escasa cuantía, ya sería suficiente para no tener que pedir "ayuda" al BCE. Desgraciadamente, el gasto superfluo que Rajoy ha decidido conservar, aun a costa de subir los impuestos y aumentar el endeudamiento, es, desgraciadamente, muchísimo mayor.
A lo que me refiero es al persistente hecho de ver a un gobernante que se niega a reducir –u obligar a reducir– los gastos, no ya a sus ingresos, sino a unos umbrales que no causen alarma a los prestamistas, echar la culpa del encarecimiento de su endeudamiento a un organismo como el Banco Central Europeo. Las declaraciones de Rajoy –como lo fueron en su dia las de Zapatero– no son otra cosa que una llamada al BCE para que se comporte de manera irresponsable para encubrir, mediante una politica monetaria inflacionista, la escasez del recorte del gasto público de los gobiernos.
Por otra parte, no nos hemos de olvidar que el BCE ya ha inyectado a los bancos españoles la friolera de más de un cuarto de millón de millones de euros, dinero que en buena medida está siendo utilizado para que nuestras entidades financieras compren deuda soberana española. La cuestión, por tanto, no es si el BCE va "a ayudar a España", sino hasta qué punto va a seguir satisfaciendo las pulsiones inflacionistas de gobiernos que, como el nuestro, se empeñan en salvar un gasto y un tamaño del sector público que, simplemente, no se pueden permitir y que está lastrando nuestra recuperación económica.
El colmo de la desfachatez –como lo fue con Zapatero– es ver a un presidente de gobierno conceder un aprobado a su insuficiente recorte del gasto; dar otro aprobado al aun más insuficiente plan de ajuste de las autonomías; y verle como suspende, sin embargo, al BCE por no desatender este en mayor medida su auténtica misión, que es, precisamente, la de mantener a la moneda única a salvo de las pulsiones inflacionistas de los gobiernos manirrotos.
Después de haber oído a Rajoy decir recientemente que "haré cualquier cosa, aunque no me guste y aunque haya dicho que no lo vaya a hacer", no debe extrañarnos verlo comportarse y hablar como Zapatero. Aunque parezca increíble, la desastrosa herencia recibida se ha convertido en la excusa perfecta para emular al que la dejó.