La crisis europea de euro/deuda/crecimiento/sistema bancario/identidad está entrando en su tercer año. Con tantas cumbres, brindis, tensas conferencias telefónicas y pronunciamientos de autofelicitación por el éxito final según las mentes más brillantes de Europa, ¿por qué simplemente no se acaba la crisis? Más bien está creciendo mientras los tipos de interés sobre la deuda española e italiana se elevan hasta niveles críticos, marcando así el fin de otra tregua.
Por supuesto, la respuesta es que después de tres años, Europa todavía tiene que abordar las causas más profundas y las consecuencias subyacentes de un experimento fallido. Pero antes de desdeñar a Europa por su falta de coraje, primero deberíamos reconocer las terribles consecuencias que sin lugar a dudas se darán por corregir su error. Y tenga Ud. un poco de simpatía por todos los ciudadanos de Europa en estos días que, aunque están agravando sus errores, no obstante deberán sufrir las consecuencias de una tremenda equivocación cometida hace cerca de una generación.
La crisis europea no tiene una fecha clara de inicio, pero una buena candidata es abril de 2009, cuando la Unión Europea dijo a Francia, España, Irlanda y Grecia que redujeran sus déficits presupuestarios a raíz de la crisis crediticia.
Se trata de un interesante grupo de países. Los irlandeses fueron rescatados financieramente a finales de 2010 después de que el gobierno irlandés básicamente llevase a la quiebra a su país por rescatar a sus propios bancos en quiebra. Grecia ha sido rescatada repetidamente con escasos resultados positivos mientras se desliza hacia una profunda depresión. España se encuentra ahora bajo una enorme presión y Francia está a punto de echar a su gobierno, si se cumple lo que predecían las encuestas.
Mucho ha pasado desde aquellos primeros días cuando la crisis iba y venía. Los líderes europeos crearon enormes fondos de rescate y una falsa unión fiscal. El Banco Central Europeo se transformó de respetable banco central a monstruosidad sin definición conocida. Y los países con mayor riesgo de impago han empujado sus economías a la depresión al tiempo que rebajaban drásticamente el gasto público y subían los impuestos en un vano intento de apaciguar a los mercados de capital, simplemente queriendo tomarlos por tontos.
Con todo, parece que la Europa oficial está empezando a comprender lo que costará hacer que la crisis desaparezca. La clave es el lenguaje que ahora se utiliza entre círculos educados. Tres frases en particular merecen ser citadas: divergencia, crecimiento económico y la maravillosamente aséptica expresión "devaluación interna".
Una teoría esencial del experimento de la moneda europea fue la posibilidad de agrupar a países con grados de desarrollo muy diferentes en un mercado común con una moneda común. La creencia era que esta configuración haría que las fuerzas económicas se dirigieran hacia la "convergencia".
Los países más pobres y menos competitivos crecerían especialmente rápido y convergerían con los más avanzados, como Alemania y Francia. Pero eso no sucedió. Ahora resulta obvio que si hicieron algo, esas acciones políticas llevaron a una devastadora divergencia. Devastadora para todos, pero especialmente para los divergentes, como Grecia e Italia.
Al principio de la crisis, asustados por los efectos depresivos de la "consolidación fiscal", como se conoce en las altas esferas, o "drástica rebaja del gasto y subida de impuestos", como se conoce en el resto de lugares, los líderes europeos desarrollaron una bienvenida y recién hallada apreciación del euro para las políticas de crecimiento económico. Y entonces, estos nuevos conversos actuaron como si simplemente pudieran escoger dichas políticas, como si se tratasen de medicamentos en la farmacia y que las nuevas políticas funcionarían milagrosamente de la noche a la mañana; pero ambas actuaciones fueron erróneas.
Entonces ¿qué funcionaría? Pues reducir los impuestos, no aumentarlos, especialmente a la actividad productiva. Esta es la única acción política que pudieron adoptar rápidamente, pero eligieron no hacerlo.
Como contraste, las otras acciones políticas que realmente importan –liberar los mercados laborales y eliminar otros costos de regulación– llevan tiempo. Las reformas del mercado de trabajo como reducir el salario mínimo, las vacaciones mínimas, las normas de contratación y despido, etc., entran rápidamente en conflicto con los arraigados poderes sindicales. Aunque incluso si las reformas se aprobaran en su totalidad, deben pasar años para conseguir un efecto apreciable.
La expresión "devaluación interna" es la más interesante y la más reveladora de todas. Para comprender lo que realmente significa, piense en su gemela, la devaluación externa. Esto es algo bastante familiar: una nación con un amplio e insostenible déficit comercial y un tipo de cambio fijo simplemente devalúa la moneda, estableciendo un tipo de cambio mucho más bajo. Hete aquí que instantáneamente los trabajadores son más competitivos, porque los sueldos (cuando se miden en moneda extranjera) han sido rebajados drásticamente, pero los trabajadores no ven las reducciones directamente, así que hay pocas posibilidades de protestas en las calles. Los bienes extranjeros cuestan más, pero eso sólo significa que hay que comprar más productos nacionales. El déficit comercial se alivia y la economía se recupera a paso ligero. Aunque los efectos secundarios pueden ser problemáticos, la devaluación externa funciona.
Los países de la zona euro simplemente no pueden acogerse a una devaluación externa entre ellos mismos puesto que no tienen sus propias monedas; tienen el euro. Así que tienen que recurrir a la devaluación interna, un extravagante término para describir la directa reducción drástica de sueldos y de otros costos. Y no sólo en un punto porcentual o dos, sino en 20%, 30% o más. Esto es algo de lo que los trabajadores tienden a notar, especialmente si tienen sindicatos estridentes y proclives a la agitación.
¿Por qué la eurocrisis no va a desaparecer tan fácilmente? Porque incluso si los griegos y los demás adoptasen cada una de las efectivas políticas de crecimiento conocidas por la humanidad, se quedarían con su problema de devaluación por resolver. Ningún fondo de rescate financiero de ningún tamaño puede resolverlo. Ninguna cantidad de recapitalización bancaria puede resolverlo. Los países en cuestión deben decidir qué devaluación llevar a cabo: externa o interna. La primera requiere abandonar el euro. La segunda probablemente lleve a una revolución y luego a la salida del euro.
No, la eurocrisis no va desaparecer así de fácil.