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EDITORIAL

Un gobierno poco previsor y poco previsible

Lo más preocupante de esta supuesta imprevisión popular en torno al agujero dejado por Zapatero, es que está siendo constantemente utilizada como excusa para justificar medidas absolutamente imprevisibles por parte de quien presumía de ser previsible.

Ya fue una grave, injustificada y hasta inverosímil falta de previsión por parte de Rajoy no contar con que el déficit público que iba a dejar Zapatero iba a ser muy superior al 6 por ciento del PIB, al que el anterior presidente del gobierno se había comprometido oficialmente con nuestros socios comunitarios. Más aun, cuando gran culpa de ese imprevisto desequilibrio presupuestario en 2011 lo tuvieron muchas autonomías y ayuntamientos gobernados desde hacía mucho tiempo por manirrotos políticos del PP.

Con todo, lo más preocupante de esta supuesta imprevisión popular en torno al agujero dejado por los socialistas, es que está siendo constantemente utilizada como excusa para justificar medidas absolutamente imprevisibles por parte de quien presumía de ser previsible y de un gobierno supuestamente liberal y respetuoso con su programa, ideas y votantes. Así, en lugar de afrontar ese mayor déficit dejado por los socialistas con una mayor reducción del gasto público que el que el PP tenía pensado acometer –eso hubiera sido lo previsible en un partido que en 2009 y 2010 se opuso a cualquier aumento de la presión fiscal como formar de enfrentarse a unos déficits del 11,2% y del 9,2%, respectivamente– Rajoy sorprendió a todos anunciando una de las mayores y más inoportunas subidas de impuestos de nuestra historia democrática para atajar el déficit del 8,5 por ciento dejado por Zapatero.

Desde entonces, las improvisaciones del gobierno de Rajoy se han venido multiplicando, escudándose en ese supuestamente imprevisto agujero dejado por los socialistas. Así, mientras unos dirigentes del PP hablaban del copago en algunos servicios públicos, otros lo negaban; mientras unos hablan de suprimir las subvenciones a sindicatos, patronal y partidos políticos, otros se han limitado a reducirlas muy insuficientemente; mientras Montoro amenazaba con la "más que posible" intervención de algunas autonomías manirrotas al amparo de la Ley de Estabilidad Presupuestaria, desde el mismo Gobierno se ha calificado ahora de "muy improbable" esa posibilidad. El mismo gobierno que negaba hasta hace nada la posibilidad de subir el IVA, es el mismo gobierno que ha decidido finalmente subirlo...

Con todo, pocos bandazos han sido tan apreciables y recientes como el que parece que acaba de dar Rajoy en relación a la sostenibilidad del actual modelo autonómico. Rajoy ha pasado de "ni plantearse" su reforma, tal y como lamentablemente dijo hace escasas semanas cuando lo planteó con valentía Esperanza Aguirre, a reconocer este jueves la necesidad de "repensar y evaluar la estructuración más adecuada de los poderes públicos".

Bien está que Rajoy, aunque sea de forma timorata, nos hable de "arbitrar fórmulas más eficientes de coordinación y reparto de competencias, de eliminación de duplicidades innecesarias, de solapamientos indeseables; con supresión incluso de entidades y organismos que no resistan una prueba objetiva". Sin embargo, ya puede Rajoy darse prisa a la hora de repensar todo esto, que –se supone– debía tener ya requetepensado desde los tiempos en que venía pidiendo a Zapatero un adelanto de las elecciones o, por los menos, desde que FAES, hace más de un año, alertó sobre la insostenibilidad del actual modelo autonómico. Ya entonces Rajoy se desmarcó, lamentablemente, del brillante estudio que la Fundación de su propio partido había dedicado a este tema. Es más, pocos meses después, Rajoy llegaba, por el contrario, a un ya olvidado pacto con la entonces ministra Salgado para no crear "alarmas excesivas" en torno a unos déficits autonómicos que, a la postre, resultarían decisivos para que el déficit del conjunto de las administraciones públicas en 2011 fuera más de dos puntos superior al comprometido por Zapatero en Bruselas.

Si la imprevisibilidad de las medidas de Rajoy no tiene, en realidad, excusa en el imprevisto  agujero presupuestario dejado por los socialistas, tampoco la tienen en la pésima coordinación y política de comunicación de la que está haciendo gala su gobierno. Sin quitar importancia a este claro defecto del actual gobierno, el problema parece de mayor calado: parecería que Rajoy carece de convicción y de entusiasmo por un modelo liberal y alternativo al elefantiásico peso del Estado que imponen a la sociedad el paradigma socialdemócrata y las pulsiones no menos proclives al gasto público de los nacionalistas. Rajoy recorta el gasto sólo lo imprescindible para no perder la posibilidad de seguir endeudándonos por falta de acreedores. Pretende limitarse a ser el buen gestor de un modelo estructural y radicalmente insostenible. Recortará y reformará en la medida en la que se lo vaya exigiendo la prima de riesgo de nuestra endeudamiento, al que no renuncia. Le mueve la contabilidad, en su más miope expresión, y no las ideas, en el mejor sentido de la palabra. De ahí que Rajoy no pretenda acometer todas las reformas y recortes que exige un modelo auténticamente alternativo durante su primer año de gobierno, tal y como le ha reclamado Esperanza Aguirre, sino que va administrándolas en pequeñas dosis, tratando de conservar el statu quo el mayor tiempo posible.

Cuando no se tienen pensadas previamente las cosas, hace falta tiempo para que la necesidad fuerce la aparición de la virtud. El problema es que, desdeñando las ideas y sin un proyecto claro y alternativo, al gobierno que preside Rajoy tampoco le sobra tiempo.

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