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Juan Velarde

El espíritu del pacto

En la historia contemporánea española se han producido realmente muy escasos pactos. Si exceptuamos los Gobiernos nacionales de Maura, que bien poco duraron, y hasta el Pacto de La Moncloa se observa un desierto casi espeluznante.

En la historia contemporánea española se han producido realmente muy escasos pactos. Si exceptuamos los Gobiernos nacionales de Maura, que bien poco duraron, y hasta el Pacto de La Moncloa se observa un desierto casi espeluznante.

En la historia contemporánea española se han producido realmente muy escasos pactos. Si exceptuamos los Gobiernos nacionales de Maura, que bien poco duraron, y hasta el Pacto de La Moncloa se observa un desierto casi espeluznante, porque en ocasiones –1923, 1931, 1936– lo que se producen son rupturas radicales, que –recordemos la campaña socialista contra la reorganización política de un referéndum para el paso a la democracia– se mantuvieron parecía que indefinidamente.

Lo sucedido en 1977-1978 con el Pacto de La Moncloa, se debió a un fenómeno curioso y, muy probablemente, inigualable. En los diversos y más importantes partidos políticos, había surgido un poder muy fuerte: el de una serie de economistas prestigiosos que eran escuchados como arúspices por los principales dirigentes políticos, desde la extrema izquierda, con el Partido Comunista, a la derecha con Alianza Popular.

Estos economistas, sin proponérselo ellos, de pronto constituyeron una fuerza considerable, porque eran personas serias científicamente y se negaban a quedar en ridículo intelectualmente ante sus colegas y sus publicaciones. De algún modo, por eso, acabaron, sin proponérselo ellos, y aceptando puntos de vista políticos muy dispares, constituyendo un frente común. Desde él asaeteaban intelectualmente a sus propios dirigentes, que acabaron aceptado sus puntos de vista como algo de verdad incontestable. Y todos ellos pasaron a admitir lo mismo, con excepciones marginales.

Gracias a la labor de dos personas, sitas en la Presidencia del Gobierno con Adolfo Suárez, el vicepresidente, Enrique Fuentes Quintana, y el secretario de Estado, Manuel Lagares, se formó con todos estos economistas un espacio de frente único, que logró imponerse a alguna –que la hubo, como en el caso de Felipe González– tentación de abandonar el frente común.

Pero, ahora, ¿dónde vemos situarnos a una especie de maraña de economistas prestigiosos y con influencia sobre los dirigentes? En escasos lugares y, desde luego, incapaz de crear un frente capaz de generar un Pacto. Por eso, lo único que nos queda es denunciar los disparates que orientaron la política económica española de comienzos de 2004 a finales de 2011, ocho años que al analizarlos críticamente, sobrecogen, y al par, explicar tal realidad a los españoles por la nueva RTVE –en la anterior nada de eso existía– y lograr así el respaldo para una firme, e incluso dura, acción de partido. Todo lo otro se ha esfumado por desgracia. ¿Dónde está el Julio Segura o el Tamames hoy de Izquierda Unida? ¿Dónde un Carlos Solchaga o incluso sus sucesores –los Boyer, o si se quiere un Taguas– en el PSOE? Y así podríamos seguir. Y sin ellos, ¿qué pacto podría ser posible?

Volvemos, pues, a la tradición española más dura, la de los progresistas contra los moderados, la de los liberales ante los conservadores, los socialistas frente a la CEDA, y así sucesivamente.

Claro que se puede decir que así nos fue, y así perdimos muchas primogenituras. Ahora mismo sucede con asesores como tiene el 15-M o con funcionarios de potentes sindicatos. Lo que pasó una vez puede añorarse, pero por desgracia, no hay margen para observar de cerca aquello, que con el ariete de todos los economistas serios, emplearon en 1977 Fuentes Quintana y Lagares.

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