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José García Domínguez

Elogio del capitalismo

El acceso franco a la Universidad, pese a todos los pesares, ha operado en España como un gran ascensor social. Conquista irrenunciable para cuantos creemos en el principio de igualdad de oportunidades que reclama para sí la democracia liberal.

Con el capitalismo, tan denostado ayer en las calles, viene a ocurrir aquello que postulaba Churchill de la democracia: es el peor sistema económico creado por el hombre. Excepción hecha, claro, de todos los demás. Al respecto, quizá iría siendo hora de comprender la definitiva futilidad de esa vieja quimera, la que ha obsesionado a las mejores mentes de Occidente durante los últimos dos siglos, desde la Revolución francesa a esta parte: la sociedad perfecta, el soñar con el mejor de los mundos posibles. Quizá, digo, habría que empezar a aspirar al mejor de los mundos alcanzables: una sociedad no perfecta, sino simplemente eficaz. Decente y eficaz.

Y aunque solo fuera por eso, procede evitar que la crisis y su sórdido corolario, la miseria pública, acaben llevándose por delante la meritocracia. Algo que hoy puede parecer normal y hasta obvio, pero que constituía una utopía hace apenas una generación. Así, gracias a la intervención del Estado, se han abierto las puertas de la elite a los mejores, sustituyendo la selección tradicional basada en la riqueza o en los orígenes familiares. El acceso franco a la Universidad, pese a todos los pesares, ha operado en España como un gran ascensor social. Conquista irrenunciable para cuantos creemos en el principio de igualdad de oportunidades que reclama para sí la democracia liberal. De ahí que la inevitable subida de las tasas conlleve una dimensión política que escapa a la mirada siempre miope de los devotos de la austeridad.

Porque de obrar el partido del Gobierno con torpeza en ese asunto, se acabará poniendo en solfa la legitimidad misma del sistema. Aún más se entiende. Sobre ese particular, hay mucho que aprender –todavía estamos a tiempo– de David Cameron y la reforma que los conservadores acaban de implantar en el Reino Unido. Allí, el dinero no levantará ninguna barrera entre el talento y la educación superior. Se han subido, sí, las tasas. Pero cualquiera que lo solicite recibe un préstamo del Estado a fin de costearlas. Importe que habrá de devolver a sus conciudadanos cuando empiece a trabajar. Y a lo largo de un periodo de hasta treinta años. Allí, pobre o rico, todo el mundo tendrá una oportunidad. Aquí, decía, aún estamos a tiempo. 

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