Imagine que tiene usted un bar. Un local normal, sin excesivos lujos. Un establecimiento con el que se ha ganado la vida durante muchos años, que le ha permitido mantener a su familia y juntar algunos ahorros para cuando llegue su jubilación. Un buen día, en su misma calle, abren un nuevo bar. Usted se preocupa porque la competencia puede hacerle perder clientes, pero enseguida se da cuenta de que, en realidad, no son competencia para nadie.
Han abierto un bar a la última moda, todo lujo y excesos, derroche y abundancia. Los propietarios han pedido un enorme crédito bancario y no han escatimado detalles. Sin embargo, para recuperar su inversión, se ven obligados a vender las cañas a 4 euros y no dan tapa. Mientras usted, en su bar mucho más modesto, pone las cañas a 1,20 euros y unas tortillas que quitan el sentido. Por si fuera poco, usted ha aprendido que en la vida nada se gana sin esfuerzo y trabaja todos los días de la semana un gran número de horas. Sus nuevos vecinos, en cambio, abren sólo de vez en cuando y de manera impredecible. Es decir, ellos claramente no son competencia para usted.
Y de repente un día, sus ineficientes vecinos (y otros muchos que son como ellos), como no pueden ponerse a su nivel comienzan una campaña de desprestigio contra usted. Dicen que su bar es antiguo, pasado de moda, que hay que dejar paso a lo nuevo, que está obsoleto. Sin saber muy bien cómo, consiguen el favor de la opinión pública y, por extensión, de los políticos que van a favor del viento. Estos últimos elaboran leyes que lo discriminan a usted en favor de ellos que, a partir de ahora, tendrán todos los beneficios.
Como ellos no pueden competir (porque son ineficientes, abren el bar pocas horas y venden muy caro) no serán capaces de recuperar su inversión. El gobierno, entonces, promulga una ley mediante la cual el precio de las cañas se fija en 2 euros para todo el mundo. Pero, en lugar de quedarse cada uno con el dinero de las cañas que vende, se meterá todo junto en una bolsa común custodiada por la Comisión Nacional de Cañas para proceder a su “reparto”. Mas, hete aquí que es el gobierno el que decide cómo se reparte el dinero de la bolsa y ellos, los bares supermodernos, tienen prioridad a la hora de cobrar.
Ahora bien, como ellos necesitan cobrar las cañas a 4 euros para poder subsistir, el gobierno les da 4 euros por cada caña que han vendido. A usted, sin embargo, le darán 2. De este modo, cada vez que ellos abren el espumoso grifo, meten 2 euros en la bolsa común, pero sacan 4. De tal suerte que, cuando usted va a cobrar sus cañas, no queda ya dinero en la bolsa. ¿Y ahora quién me paga? Pregunta usted. Y en la Comisión de Cañas le contestan: no se preocupe buen hombre, el dinero que le debemos lo vamos a llamar "déficit cervecero" y le prometemos que, algún día, se lo devolveremos. A medida que van pasando los años, ya casi nadie se acuerda de cómo hemos llegado a esta situación y los de las cañas a 4 euros dan una vuelta más de tuerca.
No contentos con recibir el doble de dinero que usted por el mismo producto, le acusan de ser una amenaza para ellos porque trabaja muchas horas a la semana e impide que ellos vendan más cañas. Le acusan, incluso, de tener muchos beneficios porque va a cobrar las cañas a 2 euros cuando usted las vendía antes a 1,20. Es decir, tiene usted 80 céntimos de euro de beneficios caídos del cielo, según ellos. Lo que no cuentan es que usted nunca pidió que el gobierno pusiera las cañas a 2 euros ni que subvencionara los bares ineficientes. En sus delirios, piden un impuesto especial que se le aplique únicamente a usted por ganar demasiado (cuando en realidad le deben dinero) y que ese impuesto se destine a seguir financiando sus bares caros e ineficientes. Por si fuera poco, empiezan a pedir que se haga una quita “a la griega” del déficit cervecero y que el dinero que le deben a usted no se lo pague nadie, que se olvide en una suerte de limbo keynesiano.
Lo triste de esta historia es que es real, no pasa con la cerveza, sino con la electricidad. Y lo más triste es que antes, los consumidores, pagábamos por la cerveza 1,20 y ahora pagamos, por la misma cerveza, 2 euros y aún debemos dinero. Hemos creado un sistema eléctrico caro, ineficiente y que no podemos pagar. Paradójicamente, los que han instalado las tecnologías caras e ineficientes son los que más protestan.