Leo en La Razón que el ghanés Peter Turkson ha propuesto gravar al sector financiero. Dirá usted: bueno, qué le vamos a hacer, la mal llamada tasa Tobin sobre la banca, que ni es tasa, ni es de Tobin, ni es sobre la banca, es una recomendación propia de personas de izquierdas y de escasa formación. Pues tengo malas noticias. Peter Turkson, como muchos defensores de ese impuesto –Sarkozy y Rajoy, sin ir más lejos– no es de izquierdas, y además está lejísimos de ser un ignorante: es nada menos que un cardenal de la Iglesia Católica, que además preside, por mandato del Papa Benedicto XVI, el Pontificio Consejo Justicia y Paz.
Sostuvo este hombre de Dios, moderado, educado y notable: "una forma de hacer retornar a la economía y las finanzas dentro de los límites de su verdadera vocación, incluida su función social, sería a través de medidas fiscales sobre las transacciones financieras. Éstas se deben aplicar con precios justos". La medida, aseguró, "sería muy útil para primar el desarrollo global y la sostenibilidad, según los principios de justicia social y solidaridad. También podría contribuir a la creación de un fondo de reserva mundial para apoyar las economías de los países afectados por la crisis, así como en la recuperación de sus sistemas monetarios y financieros". Se le sumó una figura importante de la alianza católica Cidse, su presidente, Chris Bain, quien afirmó que la medida "tiene el potencial para recaudar fondos que financien proyectos de desarrollo y de cambio climático, y poner en marcha medidas para una mayor justicia y equidad. Podría ser un avance hacia la estabilización de los sistemas financieros, y la lucha contra la pobreza en algunos de los países más vulnerables del mundo".
Y ahora, míreme a los ojos y dígame si usted se atreve a oponerse. Claro que no. Nadie puede oponerse. ¿Quién puede seriamente estar en contra de la verdadera vocación de las finanzas, los precios justos, el desarrollo, la sostenibilidad, la justicia, la solidaridad, el apoyo a los países en crisis y sus finanzas, la ecología, la equidad y la lucha contra la pobreza? Nadie. Es decir, casi nadie.
Porque para oponerse sería necesario hacer algo que casi nadie hace, incluidas las personas más sabias y bienintencionadas. Eso que nadie hace es pensar que los impuestos no son como el maná, un recurso tan beneficioso como gratuito, que no arrebató nada a nadie, y que sólo brotó de las manos generosas de Dios. Y sabía a miel, claro (Ex 16, 31).
Excluido el maná, todo lo demás cuesta. Y ese coste es lo que resulta distorsionado cuando se sugiere que el impuesto en cuestión sólo lo pagarán los opulentos banqueros, lo que es falso, y se ignoran los derechos quebrantados de quienes lo pagarán, tanto como sus consecuencias no previstas ni deseadas.