Era inevitable que esto comenzara a suceder si la crisis se prolongaba. El comienzo de la crisis (cuarto trimestre de 2007) encontró a la economía española con la mayor cifra de empleados temporales de su historia, 5,4 millones, por lo que las empresas, ante la brutal caída de la demanda vivida en los primeros trimestres de la crisis, comenzaron despidiendo a estos empleados, en su gran mayoría jóvenes.
Entre el cuarto trimestre de 2007 y el primero de 2010 uno de cada tres empleos temporales quedó destruido. Nada menos que 1.668.000 empleos. Mientras tanto, los elevados costes de despido protegieron a los empleados indefinidos, lo que se manifestó en un aumento del número de empleados indefinidos de 51.000.
Aunque no venía reflejado en ninguna estadística oficial, los que conocían el día a día de las empresas sabían que el empleo indefinido se mantuvo en muchos casos sólo por la esperanza de que la salida de la crisis, como aireaban a bombo y platillo Gobierno y medios, estaba a la vuelta de la esquina. ¿Para qué gastar enormes cantidades de dinero en despidos si esos trabajadores, que en muchos casos eran la espina dorsal de las empresas, iban a ser necesarios otra vez muy pronto?
La brusca recaída de la economía española ha acabado con esas esperanzas. Si bien el empleo indefinido se mantuvo estable en 2010, en 2011 la destrucción de éste ha sido impresionante: 389.200. Mientras, el empleo temporal bajó en 95.900 personas.
La interpretación más lógica es que esto está ocurriendo sobre todo debido a la desaparición de las empresas en las que trabajaban estos empleados indefinidos. Este hecho se confirma por la disminución brusca de los empresarios en la Encuesta de Población Activa (EPA), que sufre también su mayor caída anual desde que empezó la crisis: 109.600, más de uno de cada diez, lo que a su vez confirma que la desarticulación del tejido empresarial está ocurriendo sobre todo a nivel de pequeñas empresas.
El proceso que está ocurriendo es el siguiente: los empresarios, ante la caída de la cifra de negocio vista en 2007-2009, y ante el discurso recurrente de que la crisis iba a durar poco, optaron por aguantar plantillas para no incurrir en los elevados costes de despido en un entorno contractivo. Según la crisis se iba prolongando, muchas de estas empresas tuvieron que recurrir a endeudarse para poder seguir con la situación.
Finalmente, la nueva y brusca caída del negocio en 2011, unido al cerrojazo bancario, ha vuelto insostenible la situación de estas empresas y no ha dejado más solución que la quiebra y la desaparición de la empresa.
Paralelamente, se ha observado un levísimo repunte en el número de autónomos, lo que significa que seguramente algunos de estos empresarios han seguido con su actividad como autónomos (y con pocos o ningún empleado), aunque también este repunte puede deberse a los parados que están intentando la aventura de emprender ante el nefasto panorama laboral.
La lección que se debe extraer de esta evolución del empleo es que es urgente se establezcan mecanismos sencillos, baratos y rápidos para que empresas en riesgo inminente de quiebra puedan reducir las plantillas si es que eso puede darles viabilidad. También es imprescindible establecer formas simples de que los empleados puedan quedarse con la gestión de la empresa en forma de cooperativa, algo que apenas sucede hoy día.