El sistema financiero necesita algo más que fusiones y dinero. Necesita recuperar las viejas raíces, los valores que se hacían patentes, no sólo en balances y cuentas de resultados, que también, sino en el comportamiento silencioso, nada presuntuoso y fundamentalmente libre de sus máximos representantes.
Pocos conocíamos algunos nombres –Villalonga en el Central, el Marqués de Bolarque en el Urquijo, Garnica en el Banesto, Botín (padre del actual Emilio Botín) en el Santander, Usera y Gamero en el Hispano… por sólo citar algunos ejemplos– porque tales nombres no se prodigaban en los medios de comunicación, ni sus imágenes se manoseaban al servicio de intereses difícilmente confesables. Supongo que prensa, radio y televisión, estarán encantados con el cambio, porque la abundancia de noticias para bien o para mal –más lo segundo– está de sobra garantizada.
Pero, el resultado ha sido que el vedetismo, que acabó con la discreción de los personajes, acabó también con la prudencia en el oficio bancario, y dio al traste con la estela de la marca, llevada con orgullo por los antepasados, dando espacio a mercenarios que eligen entre ofertas económicamente sustanciosas, sin importar el carácter de la entidad ni sus objetivos.
La presencia constante en los medios, unida a objetivos que distan del negocio bancario, han impulsado a los más altos representantes de las entidades financieras a ocupar la vida pública, inclinándose por opciones concretas. Recuerdo al presidente de un banco que, a mediados de 2009, cuando la crisis era ya patente –así se pronunciaban los analistas– afirmó que la cosa no era para tanto. Que había dificultades, pero que eran como la fiebre de un niño que pasados unos días se le va y vuelve a encontrarse tan bien como antes; un claro apoyo al presidente Zapatero. Ese mismo banquero, acaba de responsabilizar a los políticos –así, en general– de la actual situación económica. ¿Cómo quedamos, había o no había crisis?
No eximo a los gobernantes de ello, pero lo que podemos decir cualquier español no lo pueden decir quienes han colocado títulos en el mercado sin garantía ni liquidez, prometiendo lo contrario; quienes han incentivado créditos hipotecarios sobre bienes de escasas garantías; quienes se han endeudado en exceso, luchando por el mayor tamaño; quienes han sembrado la desconfianza entre los que menos pueden controlar las razones para confiar.
En este escenario, no es extraño que recordemos aquellas figuras de antaño, nada mediáticas, discretas, prudentes, evaluadoras del riesgo y de la necesidad de su dispersión como garantía de supervivencia. Ni mucho crédito en pocos clientes, ni acumulación de crédito en pocos sectores.
¿No convendría, antes que dinero, volver a las raíces y recuperar los valores sobre los que se construyó el sistema financiero, para generar de nuevo la necesaria confianza? ¡Ah! Y el que lo haga mal, nada de recursos públicos; que desaparezca como cualquier hijo de vecino. El empeño en mantener lo insostenible, puede acarrear la quiebra de lo perdurable.