Las crisis tienen su propio vocabulario y en el de ésta en la que andamos ha hecho fortuna la frase de que los hijos van a vivir peor que los padres. Y por primera vez, se añade con signos de exclamación y golpes de pecho. Hombre, eso sí que no. Salvo que nos ciñamos a ese período excepcional que comienza, y no en todas partes, tras la Segunda Guerra Mundial, por supuesto ha habido generaciones que han sufrido un destino peor que la precedente. Piénsese en las guerras, ya que estamos. Sin embargo, la idea, puramente moderna, de que la historia es un relato de progreso se encuentra tan arraigada que se considera ley que los hijos disfruten de una vida mejor que sus progenitores. Ojalá fuera así, pero la historia humana atestigua que no siempre, por no decir pocas veces, ha sido de ese modo.
Admito que yo sólo tengo fe en el progreso cuando estoy ante la tetera de mi desayuno. No se tome en su literalidad, que todo hay que explicarlo, pero en mi taza de té rememoro la España de hace unos treinta años, cuando la oferta de esa infusión era escasa y a quien pedía uno en el bar se le tenía por enfermo del estómago. Hablo del té como podía hablar de las casas, los coches, los electrodomésticos o los viajes. Y no voy a remontarme a cómo fue, a su vez, la vida de nuestros padres, porque nadie quiere oír a los abuelos Cebolleta con sus narraciones de privación y sacrificios, cero vacaciones y nada de subsidios. ¿Y aquella institución del pluriempleo para compensar los sueldos bajos? Había trabajo, pero a qué precio. En fin, ya teníamos superado a ese abuelo de la clase media española, mas habrá que recuperarlo si no queremos perder la perspectiva.
Se vaticina para España, y tirando por lo bajo, una "década perdida" como la que sufrió Japón y eso se tiene por catastrófico. Pero si todo lo que sucediera aquí fuera lo de allí, nos podemos dar con un canto en los dientes. En tal caso, las penalidades que habrán de pasar, que ya pasan, nuestros jóvenes y no tan jóvenes, serán mucho más llevaderas que las de generaciones muy próximas. El progreso tecnológico, ése sí, innegable, ayuda. No obstante, nada se puede dar por garantizado ni hay tampoco fórmulas para superar todas las dificultades, como las que tanto abundan en el mercado de ideas. Como escribió Michael Oakeshott, el filósofo conservador británico, sabemos tanto sobre adónde nos encamina la historia como sobre las futuras modas de sombreros.