Es verdad que nunca me he sentido especialmente atraído por la vida política de gobierno, lo cual no me impide admirar la función de gobernar y rendir mi consideración más distinguida a los buenos gobernantes. Por ello, no entiendo bien esa cortesía, frecuentemente fingida, que se maneja entre adversarios políticos. Ni siquiera entiendo el trato fingido entre gentes de un mismo partido, confrontadas legítimamente para conseguir una posición.
Aparte de mis pobres entendederas, esos gestos de adulación gratuita son ricos en banalidad y nada aportan a favor de quien los realiza, ni de aquellos que se intenta ensalzar. En el mejor de los casos, son gestos inútiles de los que se podría prescindir sin detrimento para las relaciones humanas, ganando éstas en sinceridad al vaciarse de hipocresía. El problema es más grave cuando, gentes bien intencionadas, atentas a tales pronunciamientos, acaban no sabiendo bien dónde situarse, ni el significado de esa alabanza, de alguien respecto de otro. Verán a qué me refiero.
El miércoles pasado daba a conocer el señor presidente del Gobierno, los nombres de los señores ministros llamados a desarrollar la tarea de arreglar lo estropeado, y de enderezar la vida de los españoles por una senda diferente. La novedad de este gabinete respecto del anterior es la probada competencia de cada uno de sus miembros para trabajar en los objetivos del informe que el candidato a presidente del Gobierno presentó al Congreso de los Diputados para su debate y ulterior votación.
Me parece de educación el saludo entre el presidente saliente y el entrante tras la votación y, para mí, con ese saludo se daba por cumplido el trámite de obligada cortesía entre gentes educadas. Lo que no puedo entender es la pretensión que pueda justificar la extralimitación de cortesías con los ministros salientes por parte de los entrantes, más allá de lo estrictamente educado.
Pues bien, uno de los ministros recién nombrados, se ha deshecho en loas a una ministra saliente, alegando que tuvo que ejercer en momentos difíciles de nuestra economía, cuando la realidad es que la dificultad inicial era muy inferior a la resultante para sus sucesores, gracias a su intervención. En mi opinión, la cortesía no puede loar a quien ha provocado la debacle económica de nuestro país. Podrá decirse que el provocador ha sido ZP, pero esto no cambia mi valoración: si consintió, menospreció su estima, no pudiendo pretender ahora aprecio de terceros.
¿Quiere decir el señor ministro de hoy, que admira el trabajo de la ministra que le ha precedido? Si así fuera, ¿pretende seguir sus pasos? Si no, ¿por qué no ofrecer una dosis de honestidad haciendo pública su verdadera opinión? No siendo necesario insultar ¿para qué provocar la confusión? Teniendo en cuenta que aquí todos se van sin coste y con prebendas, por mal que lo hayan hecho, ¿no convendría manifestar la verdad como evidencia histórica? La historia, es la que puede compensar los despropósitos del pasado gobierno.