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Carlos Alberto Montaner

Cigarras y hormigas

Esopo regresa a Europa a lomo de la crisis. Para explicar el descalabro del euro, originado por una descomunal deuda pública adquirida por la banca, los expertos recurren a un griego contador de historias del siglo VI antes de Cristo.

Esopo regresa a Europa a lomo de la crisis. Para explicar  el descalabro del euro, originado por una descomunal deuda pública adquirida por la banca, los expertos recurren a un griego contador de historias del siglo VI antes de Cristo, del que ni siquiera se sabe si existió, aunque algunos aseguran que era un esclavo de origen africano escandalosamente feo.

Su fábula de la hormiga laboriosa y precavida que guarda alimentos para el invierno, mientras la fiestera cigarra se divierte hasta quedar en el desamparo y tener que pedirle ayuda a su vecina, es el ejemplo con que los diarios suelen contrastar a las hormigas del norte ­­–Alemania, Holanda, los países escandinavos– con las cigarras mediterráneas: Portugal, España, Italia y Grecia. Francia, en cambio, es una criatura híbrida. Un centauro mitad hormiga y mitad cigarra. (Descripción, por cierto, que encaja en su dualidad étnica: los franceses provienen de una gran tribu germánica, los francos, que fueron latinizados).

¿Es cierta esta dicotomía? Humberto Aguas, un experto en productividad empresarial, matiza la fábula y la moraleja: “todos –dice– somos una mezcla variable de hormigas y cigarras”. La cultura en la que nos desenvolvemos determinará cuál de los dos bichos prevalece en nuestra forma de abordar la vida. Incluso dentro de una misma nación varían las proporciones de la mezcla. Los alemanes del sur tienen más de cigarra que los del norte. Algo semejante se dice de los andaluces con relación a vascos y catalanes o de los colombianos de la costa cuando se comparan con los de Antioquia, los laboriosos “paisas”.

En todo caso, parece que la tendencia natural de la especie, como sucede con el resto de los primates, es la de la cigarra: vivir al día y no prever el futuro. Ahorrar, aplazar o dosificar el disfrute de los bienes no es instintivo. Son actitudes que se aprenden trabajosamente o, simplemente, son comportamientos al que nos obligan por presiones sociales o coacciones legales.

Nicolás Sarkozy y Ángela Merkel creen que pueden forzar a las cigarras a comportarse como hormigas. Francia y Alemania son los dos poderes más importantes de la zona del euro y, por ahora, parecen empeñados en querer salvar al euro. Entre los dos países poseen un PIB de más de cinco billones de dólares (trillions en inglés) y han hecho bien sus deberes macroeconómicos. Eso les permite dictar la pauta entre los 17 estados que comparten moneda. (El PIB combinado de las cuatro cigarras equivale a menos de cuatro billones).

¿Podrán alemanes y franceses disciplinar a italianos, españoles, griegos y portugueses en el terreno fiscal? ¿Podrán lograr, en su momento, que polacos, búlgaros y rumanos, países que tienen (o tenían) previsto adoptar el euro a corto plazo, se comporten de acuerdo con las reglas dictadas por el Banco Central Europeo? Supongamos que sí. Pero eso es sólo una parte del problema, y tal vez ni siquiera la más importante.

Es perfectamente posible tener una economía razonablemente organizada, con pleno empleo y un mínimo déficit fiscal y, sin embargo, producir relativamente poco y carecer de impulsos innovadores. Las largas dictaduras de Francisco Franco en España (1939-1975) y Antonio de Oliveira Salazar en Portugal (1932-1968) son buenos ejemplos de ello. Cuando murió Franco en 1975, España ya era un país de clases medias que alcanzaba el 80% del PIB per cápita de lo que entonces se llamaba la Comunidad Económica Europea, lo que no estaba nada mal, pero, pese a ello, su aparato productivo, comparado con las naciones punteras –las mismas hormigas de siempre– era mediocre y escasamente creativo.

En definitiva, ¿pueden las cigarras transformarse en hormigas? Tal vez, pero si uno le preguntara a Esopo, el fabulista, con cierto pesimismo, nos contaría su historia de la rana que, cansada de sus dimensiones ridículas, quiso convertirse en buey. Para lograrlo, comenzó a inhalar aire con el objeto de inflarse hasta adquirir el tamaño del cuadrúpedo. Al poco tiempo estalló en pedazos. Moraleja: es muy peligroso tratar de convertirnos en lo que no somos.

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