Me sorprende que algunos todavía mantengan que Rajoy deba seguir guardando silencio sobre sus futuras medidas de Gobierno con la peregrina excusa de que debe esperar para ello a tener los datos exactos de cómo está España. Y me sorprende por varios motivos: primero porque el propio Rajoy ha roto, en parte, su silencio convocando la semana pasada a los "agentes sociales" en Génova y anunciando una fecha límite a partir de la cual ya no demorará más la reforma que requiere nuestro encorsetado mercado laboral. También Rajoy ha roto algo su hermetismo convocando a los presidentes autonómicos de su partido a la inmediata tarea de suprimir duplicidades, o filtrando este lunes que su "obsesión" de cara a la próxima cumbre del PPE es transmitir que España cumplirá con sus objetivos de reducción del déficit.
Hasta el diario El Mundo, cuyo director había defendido semanas antes el hermetismo de Rajoy hasta que fuese investido como presidente, terminaba por reconocer el pasado viernes en un editorial que anuncios de Rajoy como los ya señalados han ayudado, junto a la anestesiante acción concertada de varios bancos centrales del mundo, a que la prima de riesgo de nuestra deuda se relaje apreciablemente.
Y es que esperar para hacer estos anuncios -y muchos como estos- a que Rajoy hubiera tenido un balance exacto de cómo se encuentra nuestra contabilidad nacional hubiera significado tener que esperar, no ya a su investidura, sino todavía varios preciosos meses más. Me pasa con este consejo como con el que daba el viejo de un cuento que recomendaba a la gente no meterse en el agua hasta que hubiera aprendido a nadar; que parece sabia prudencia cuando, en realidad, es ciega necedad.
Y es que, por muchos agujeros negros que Rajoy se pueda encontrar, como seguro se encontrará, existen conocidas deficiencias contra las que el futuro presidente ya puede dirigir y concretar medidas, aunque sólo sea en forma de anuncio. Tal es el caso de nuestro insostenible gasto público, nuestro delirante modelo energético o con una regulación laboral que disuade la contratación.
Por otra parte, ¿fue acaso Cospedal imprudente cuando anunció la supresión de casi la mitad de las direcciones generales o de casi dos tercios de altos cargos y trabajadores eventuales, muchos meses antes de saber –si es que lo sabe ya- a cuánto asciende el agujero dejado por los socialistas en Castilla-La Mancha? ¿Acaso fue una imprudencia por su parte no esperar a conocer el déficit oculto de su comunidad para anunciarnos la privatización de la radiotelevisión autonómica o la erradicación de subvenciones a patronal, sindicatos y partidos políticos?
No, nos escudemos con que "Rajoy tiene sus tiempos". La cuestión es dilucidar si los tiempos de Rajoy son -o no- acordes a lo que exige la crítica situación que padecemos. Y argumentarlo.
Afortunadamente, aunque Rajoy no sea, ni será nunca, un Churchill que digamos, algo se está poniendo las pilas. Nunca nadie le pidió que se lanzara a la piscina sin saber si había en ella agua. Lo que le pedimos algunos es que no esperara a aprender a nadar para meterse en el agua. Y, aunque sea poco, algo ya se está mojando.