La presidenta argentina, señora Cristina Fernández de Kirchner, propuso seriamente en la reciente reunión del G-20 en Cannes un “capitalismo en serio”. Y añadió: “Esto que estamos viviendo, señores, no es capitalismo. Esto es un anarcocapitalismo financiero total, donde nadie controla a nadie”.
En serio, no se puede decir esto. Si cabe afirmar que no vivimos en un capitalismo, es justo por lo contrario de lo que afirma doña Cristina. El capitalismo descansa sobre la propiedad privada y los contratos voluntarios. Su apreciable limitación por mor de la intervención política y legislativa sí avalaría el diagnóstico de que aquí no hay capitalismo. Pero lo que hace la presidenta argentina es borrar de un plumazo esa intervención y sostener que vivimos en un “anarcocapitalismo”. Considerando el enorme peso de los Estados en todos los sectores de la economía, y en particular en la moneda y las finanzas, da escalofrío pensar en cuánto debería aumentar ese peso para que la señora de Kirchner concluyera que ya estamos felizmente lejos de la anarquía…
Tras su cuestionable visión de la realidad, doña Cristina pasó a sus recomendaciones: “aumentar el consumo y la demanda… que alguien me diga cómo vamos a hacer para que vuelva a crecer la economía si no hay consumo”. Ante este keynesianismo cañí, cabría argumentar que si el consumo fuera la clave del crecimiento económico, no habría habido nunca crisis, porque el consumo creció mucho durante la expansión.
Pero además, la clave de la política de Kirchner no es el consumo ni la inversión, sino la violación de los derechos de los argentinos a utilizar su dinero como mejor les parezca. De hecho, dada la política intervencionista insostenible de la dinastía gobernante, lo que los argentinos han decidido es utilizar su dinero para comprar dólares. Acto seguido, esta señora y sus secuaces optaron por perseguirlos y controlar estrictamente la adquisición de divisas. O sea que hay que consumir, pero en el tiempo, la cantidad y la forma que dictaminen los déspotas de
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