La presión para que el BCE compre deuda pública de forma masiva crece a cada minuto que pasa. Políticos en problemas, gobiernos preocupados, economistas monetaristas y bancos con muchos CDS en sus balances se han unido para exigir a la autoridad emisora que acabe con la incertidumbre que inunda los mercados de deuda comprando enormes cantidades de bonos de los países en dificultades.
Mario Draghi siempre se ha mostrado dispuesto a utilizar todos los recursos a su alcance para acudir en rescate de los países en problemas. De hecho, muchos esperan que se comporte como Ben Bernanke, que lleva tres años poniendo dólares en circulación a marchas forzadas a través de sus programas de estímulo conocidos como Quantitative Easing. La Reserva Federal norteamericana no ha dudado en inundar de dólares el mercado para tratar de sacar de su atonía a la economía de su país. No lo ha conseguido, pero asegura que si no lo hubiera hecho, la situación sería aún peor.
Europa presiona
En la situación actual, no es extraño que propios y extraños pidan al BCE que compre bonos italianos, españoles o franceses en la cantidad que haga falta para detener su desplome en los mercados. Los inversores no se fían de la deuda pública europea y los políticos piden la intervención de Draghi para reducir los costes de su financiación. Además, los bancos también saldrían de sus problemas a corto plazo con una intervención así. Este mismo miércoles, JP Morgan y Deutsche Bank han alertado de que la "zona euro colapsará" si no se hace. Claro, la cantidad de CDS que el sector financiero tiene en su poder (son seguros de impago, a los que tendrían que hacer frente en caso de quiebra de un país) es un gran incentivo para tratar de evitar esta eventualidad.
La actuación del BCE tendría dos consecuencias. Por una parte, al haber un comprador nuevo en el mercado de deuda secundaria, los precios bajarían. Por otro lado, si los inversores saben que Súper Mario comprará los bonos italianos y españoles, acudirán con más gusto a las subastas de los respectivos tesoros. Luego, sólo tendrán que colocarle el papel que no quieran al BCE.
Evidentemente, para todos los gobiernos que están en problemas por su excesivo déficit, esta intervención llegaría como caída del cielo. No sólo se abarataría su financiación, sino que no estarían obligados a ser tan estrictos en el cumplimiento de los objetivos de gasto público, porque el BCE les aseguraría su respaldo. Por eso, Italia, España o Francia son los primeros interesados, y los que más presionan, para que Draghi empiece a actuar cuanto antes (hay que decir que el BCE ya está adquiriendo bonos en los mercados, aunque todavía en un nivel reducido).
¿Cederá Alemania?
El problema en todo este panorama tiene un nombre: Alemania. Los germanos tienen auténtica aversión a las inyecciones masivas de liquidez como está. Por un lado, en el subconsciente colectivo alemán está el recuerdo de los años veinte, cuando una enorme hiperinflación destrozó las finanzas del país que entró en una profunda recesión que muchos consideran que fue clave para la ascensión del nazismo. Por otro lado, los alemanes tienen la sensación de que ellos, que hicieron unas duras reformas hace menos de una década para relanzar su economía, están pagando ahora la factura derivada de la irresponsabilidad de otros países.
En ambos casos, es lógico el temor de los germanos. Por un lado, es evidente que las compras masivas de deuda pública ponen mucho más efectivo en manos del público, con el riesgo enorme que eso tiene para la inflación. Seguramente, en el momento en el que el BCE comenzase con este tipo de programas, el precio del euro se hundiría (como el de cualquier otro bien del que hay más cantidad en los mercados) al tiempo en que se disparaba la cesta de consumo.
Por todo esto, Merkel teme la reacción de su electorado si da su brazo a torcer. La canciller tiene elecciones en 2013 y las encuestas no le van bien (y su partido ha perdido los últimos comicios regionales celebrados). El problema es que la presión desde el resto de Europa es muy alta y al Gobierno alemán sólo le queda el apoyo de holandeses o finlandeses.
Las condiciones
Aunque la postura oficial sigue siendo que Alemania no aceptará que el BCE compre deuda, en los últimos días parece haber rebajado el tono de su discurso. Este mismo miércoles, Merkel ha recordado que los tratados que regulan el organismo no permiten este tipo de soluciones. Pero al decirlo, ha abierto al mismo tiempo la puerta de que se cambien estos tratados y Mario Draghi vea despejado el camino.
Eso sí, la canciller alemana no dará su brazo a torcer fácilmente. Para que Alemania acepte la medicina que menos le gusta, los socios de la UE tendrán que darle muchas compensaciones a cambio. Para empezar, la situación tendrá que esperar aún más, porque ésa será la única manera de que Angela Merkel pueda presentarse ante sus electores con una pequeña excusa. Este tiempo también serviría para que se modificasen los tratados del BCE.
Pero más allá de eso, en Bruselas se es consciente de que las exigencias alemanas serán muy importantes. Para empezar, la Eurozona tendrá que introducir medidas que fuercen a los países a cumplir con los objetivos de estabilidad fiscal, incluyendo multas para aquellos que no lo consigan. Éste sería el primer paso para la unificación de la política fiscal y económica de la UE. Merkel estaría imponiendo un protectorado a todos sus socios para controlar que no se le desmanden en el futuro como ha ocurrido en los últimos años.
Por otro lado, los holandeses (aliados de los alemanes en esta cuestión) están detrás de cambiar los tratados para que pueda expulsarse del euro a los países que incumplan de forma repetida con sus obligaciones. Una vez que estas duras condiciones sean aceptadas, los rumores apuntan a que Alemania podría dar su consentimiento a los Eurobonos. La teoría dice que si puede controlar la política fiscal y económica del resto de la UE, debería tener muchas menos pegas para que la deuda emitida sea conjunta.
Eso sí, el Pacto de Estabilidad y Crecimiento con el que se entró en el euro ya parecía ser un freno al despilfarro público y nunca fue cumplido. Si se rescata a los países en problemas a través del BCE, sus incentivos para volver a ser austeros serán mucho menores. Por eso, los cambios en los tratados que propone Merkel tendrán que ser verdaderamente estrictos.