Tras la decisión de Grecia e Italia de poner al frente de sus gobiernos a dos expertos economistas, el cotarro mediático no ha tardado en advertir del severo riesgo que una decisión como esa puede suponer para la democracia. Al parecer, la democracia exige que sean políticos profesionales los que ejerzan la noble tarea de sacar a sus países de la ruina insondable a la que ellos mismos los han condenado, que es algo así como poner a un violador a investigar los casos de agresiones en los que él ha participado, sólo o en compañía de otros.
La política es una ciencia, como lo es la economía, y la unción de un candidato por el cuerpo místico electoral no es ninguna garantía de que el elegido por el pueblo sea capaz de enmendar el desastre provocado por la ideología, que cuando se trata de cosas serias como la gestión de las finanzas es un pésimo instrumento analítico. Ahí está ZP para demostrarlo.
Por otra parte, la designación de Monti y Papademos ha sido una decisión exquisitamente democrática, adoptada por los presidentes de sus respectivas repúblicas en ejercicio de sus competencias constitucionales. Si ambas decisiones suponen un grave déficit democrático entonces habrá que cambiar los manuales académicos de derecho constitucional y reformar las cartas magnas de las democracias continentales, estableciendo la prohibición de que los jefes del estado designen a un experto en economía para formar gobierno en caso de dimisión del titular del gabinete tras arruinar al país.
En la España de los años 50 hubo también un fuerte rechazo hacia los tecnócratas porque se consideraba que la política, también la económica, era cosa de los encargados de vertebrar políticamente el régimen de Franco. Afortunadamente tuvimos a López Rodó en lugar del León de Fuengirola para gestionar los planes de estabilización y desarrollo y lo cierto es que no nos fue nada mal. Si Grecia e Italia pretenden hacer algo parecido, y además con estricto respeto a sus normas constitucionales, sólo cabe felicitar a los griegos e italianos por una elección que difícilmente puede empeorar el desastre provocado por Berlusconi y Papandreu. Casualmente dos argumentos de peso para cuestionar las bondades del sufragio universal.