Otra vez la maldita prima de riesgo. Cuando esto acabe, si es que vivimos para contarlo, habrá que empezar a plantearse muy en serio para qué sirven los mercados financieros, aparte de para crear problemas sin cesar. Hace mucho, mucho tiempo, tanto que casi nadie lo recuerda, se encargaban, según dicen, de canalizar el ahorro de la gente hacia las actividades productivas. Pero eso era antes, cuando aún no se habían inventado prodigios de la ingeniería especulativa como, por ejemplo, los célebres CDS (credit default swaps). Apuestas de casino que, entre otras hazañas memorables, llevarían a la quiebra en 2008 a AIG, la tercera mayor compañía aseguradora del planeta.
Será cuando escampe. Mientras tanto, podemos entretenernos glosando las cuatro paradojas terminales que hoy enmarcan la agonía del euro. La primera, acaso la más clamorosa, es que sean las economías en bancarrota del sur, los malhadados piigs, quienes hayan de financiar, ¡y gratis!, a Alemania. El mundo al revés. Porque contra lo que aquí predica la derecha lela – "¡Ah, los pobrecitos contribuyentes alemanes!"–, es el ahorro español (y griego y portugués y francés e italiano) quien paga la deuda soberana de Merkel a precios de risa. Un regalo que se nos agradece con raciones y más raciones de cargante moralina calvinista. La segunda apela a que unos mercados definitivamente esquizoides hayan dado en castigar el consumo y la abstinencia, la expansión y la contracción, el keynesianismo y el antikeynesianismo, lo que sea y su contrario. Al modo de los adolescentes en la edad del pavo, disparan contra todo. Y con esos bueyes hay que arar.
La tercera paradoja lo es solo en apariencia. Así, el sucedáneo posmoderno de aquellas sangrías con sanguijuelas que prescribían los galenos de la Edad Media, las curas de caballo a base de tijeretazos al presupuesto, únicamente provocará que se desboque aún más el déficit. De hecho, ya hemos vuelto a la recesión gracias a semejante medicina. La cuarta, en fin, acaba de ilustrarla en Madrid Richard Koo, economista jefe de Nomura, el mayor banco de Japón. "La deuda pública japonesa está en el 200 % del PIB... y no pasa nada", nos ha recordado. ¿La razón? Ellos tienen un banco central como Dios manda, y nosotros, a la Merkel y sus palmeros.