Ciertamente, no hemos tenido suerte durante la última crisis que nos está tocando vivir. En el momento más complejo de los últimos años nos ha tocado el presidente de Gobierno más vacío intelectualmente. Pero en materia económica tampoco nos ha sonreído la diosa fortuna, porque a Zapatero sólo lo ha aguantado Elena Salgado, probablemente la peor ministra de Economía de la democracia, si es que lo fue en algún momento. En los mentideros de la capital comunitaria se refieren a ella como "una ayudante de Zapatero que habla idiomas". Su falta de influencia en materia económica, fruto de su nulo conocimiento, ha sido más que evidente durante su periplo gubernamental. Se la recordará como la de los brotes verdes, una traducción literal de green shoots, giro utilizado en inglés para hablar de pistas que anuncian aspectos positivos de nuestra economía y que doña Elena debió leer un día y decidió aplicarlo a España sin ningún pudor.
Pero si de ausencia de recato se trata, la vicepresidenta ha sido la campeona del Gobierno en los últimos dos años. Cada mes, cuando aparecían las cifras del paro registrado, no faltaban sus declaraciones anunciando que la tendencia ya cambiaba y que ya faltaba poco para tocar suelo o directamente para remontar la delicada situación. Lógicamente detrás de esas afirmaciones sólo había mucho morro. Lo último han sido las declaraciones de doña Elena al referirse, sin hacerlo explícitamente, a Italia, aludiendo a que nuestro país sí tiene credibilidad en la capital comunitaria, no como otros, porque ha ido cumpliendo con los compromisos que adquiría en las reuniones de Eurolandia. Paralelamente, ha surgido la noticia de que dentro de los nuevos criterios de gobernanza europea, el nivel de paro va a ser incorporado y si un país supera el 10% se entenderá que empieza a poner en peligro el equilibrio de todos y recibirá una multa de 1.000 millones de euros (0,1% del PIB). Pues bien, preguntada por ello nuestra pizpireta vicepresidenta económica sostiene sin rubor que ese castigo a España no sería por superar en más del doble esa cifra límite de paro, sino por incumplir de manera reiterada las peticiones hechas por Bruselas de hacer cambios en nuestro mercado de trabajo (es casi textual). Es decir, en primer lugar, afirma que nuestro país tiene credibilidad porque cumple lo que le dicen (y no le da la risa) y posteriormente, en un doble mortal con tirabuzón y sin red, sostiene que el castigo que le puede caer a España no es por su desmesurada tasa de paro, sino por hacer caso omiso a las medidas que se le apuntan/exigen para nuestro mercado de trabajo, conocido fuera de nuestras fronteras como rigidland.
Por cierto, los resultados de esa falta de atención a las medidas que todos piden para nuestro deteriorado mercado de trabajo son de sobra sabidos. En nuestro país, cada veinte segundos una persona cae en el desempleo, casi la mitad de nuestros jóvenes están fuera del mercado laboral y sin expectativas de poder entrar, mientras nuestra tasa de paro está en el 22,5% y subiendo.